Por muchas vueltas que le demos, dos mundos siguen paralelos sin apenas rozarse: los pobres y los ricos. Las democracias insisten en reducirlo, pero no hacen más que alimentar la paradoja que confirma que ser progresista, feminista, explotador, racista o machista, no es por lo que se dice sino por lo que se hace: ¿Qué podemos decir, de un hombre en favor de las clases populares que en su casa asfixia a su mujer y a sus hijas? ¿Qué decir de la mujer que defiende los intereses de grupo y en su casa raramente le agradece a la limpiadora y se refiere a ella, entre amigas, como «esa gente»?
Tales incoherencias hacen reflexionar sobre la ambigüedad del momento y el daño ético que estos descalabros nos causan. El patriotismo es un privilegio de los que mandan porque distraen, porque desvían la atención. El victimismo está al otro lado del espejo, el tan rastrero «y tú más» de la política actual.
A la burguesía “indepe”, alguien les ha convencido de que son unos oprimidos cuando en realidad son unos opresores: un exconseller indultado ordenó cargas policiales sin escrúpulos a grupos juveniles cuando otros exconsellers, indultados, les alentaban a la rebeldía. Demasiado tiempo aguantando que esos “cansados de vivir bien” sean los que más lloran. La rica burguesía catalana,y sus hijos universitarios, forman parte de la gente que mejor vive en todo el mundo; según se avanza hacia las zonas más ricas de las ciudades, los chalets son más grandes, los coches más lujosos y las “esteladas” más frecuentes porque, a mayor riqueza “más oprimidos”: dolor y felicidad son hermanos gemelos, decía Nietzsche, aunque por otras razones.
En ese circo esperpéntico se encuentran los interesados en demostrar la catalanidad de Cristóbal Colón o Teresa de Ávila. Pero lo serio es que los catalanes franquistas protagonizaron una gran conversión hacia la democracia y el catalanismo en las últimas décadas del siglo XX. Siempre han mandado los mismos. Muchos ya eran ricos, otros hicieron su fortuna con la especulación, las influencias, la estafa, el desfalco, aprovechándose de los privilegios que les brindaron. Patriotismo y patrimonio, desde los ayuntamientos en los que nunca han dejado de pulular, desde las diputaciones donde jamás han dejado de intrigar, desde los palacios exclusivamente suyos, desde los puestos de responsabilidad que acapararon en las instituciones tanto creadas como recuperadas. Un grupo social que vive a cuerpo de rey y que frecuenta el Liceo, el Real Club de Polo, El Círculo Ecuestre, el Tibidabo, los Juegos Florales, el Foment, la Cambra Oficial de Comerç (por cierto, la mayoría de sus empleados son falsos autónomos, es decir, trabajan en la ilegalidad), l’Orfeó, el Brusi, la Banderita de la Cruz Roja, Ómnium Cultural, los Rockefeller, la gran Enciclopedia Catalana, la Abadía de Montserrat, el Barça, las Llars Mundet, El Socorro Blanco, el Congreso Eucarístico… En todos esos sitios han seguido hasta el final de sus vidas dejando una larga estirpe que se intuye nada más leyendo la lista de representantes a las elecciones.
Habrá que buscar un camino de salida respetable (no como aquella dolorosa huida pirenaica de los poetas Riba y Machado) para el nuevo catalanismo democrático.
Francesc Reina