Para los de mosqueo fácil que antes de seguir leyendo ya están con la demanda en la pantalla defendiendo honores de terceros, advierto que lo de «Felipe VI» no es personal.
Se trata de la marca actual y abreviada de «la monarquía restaurada en 1947 por un dictador que, 31 años después y ya fallecido, pero bajo la batuta del mismo rey que él había nombrado, se coló como forma de Estado en una Constitución a pesar de que quienes mandaban sabían que los votantes habrían elegido república. Con ello cometieron un delito de lesa democracia que, al quedar impune, ha contribuido decisivamente a convertir la sociedad española en el Reino de la corrupción».
Seguro que usted coincide conmigo en que escribir “Felipe VI” consume menos tiempo que la lista de verdades que incluye ese entrecomillado largo que, con todos los detalles que se quieran añadir, sí que debería enseñarse durante la ESO.
Digo que «debería enseñarse» porque, si los profesores no respetan la verdad, lo más probable es que tengan que responder a preguntas incómodas. ¿Si el dictador se hubiera olvidado de restaurar la monarquía, cree usted que la persona Felipe de Borbón etcétera sería el VI y viviría en La Zarzuela? Por ejemplo.
Antes de entrar en lo que se hace o no se hace en las aulas, conviene recordar que, según la RAE, la segunda acepción de “castrar” es “apocar a alguien o debilitar algo”. En este caso, el “algo” que se “debilita” son muchas memorias en edad de mejorar, siempre que la verdad no encuentre barreras durante el proceso educativo.
Para comparar sin malas intenciones nos preguntamos si la monarquía será igualmente castradora en todos los (pocos) países que aún mantienen reyes o reinas.
¿Enseñan los profesores españoles de ESO el último siglo de historia de la monarquía española con la misma libertad para contar toda la verdad con la que lo hacen los profesores británicos del mismo nivel educativo?
Por si no conoce usted la respuesta, pero sí a estudiantes de ESO que durante el curso pasado hayan estudiado Historia de España, les puede preguntar lo siguiente: ¿Recuerdas si el profesor de Historia de España explicó en clase las lecciones desde la Guerra Civil en adelante, o dijo que no daba tiempo y que para eso está el libro?
Otro día volveremos con lo que ponen y dejan de poner los libros de texto, pero investigaciones realizadas por pedagogos han certificado que muchos profesores deciden aplicar lo de “muerto el perro…”, eludiendo esos contenidos porque quizás no se sienten capaces de curar las “rabias” envenenadas que podrían aflorar durante la exposición de esas lecciones.
Sería demagógico relacionar aquí a “Felipe VI” con la desgracia de que España sea el país de la OCDE con más repetidores en la ESO, según un estudio publicado la semana pasada, pero, en cambio, sí supera la prueba de la lógica el afirmar que “Felipe VI” no ha servido para que los alumnos españoles dejen de ser los últimos en esa fila.
También sorprende que, tras 7 leyes educativas distintas desde 1980, y además orgánicas, no haya sido posible inmunizar a los profesores de Historia contra el veneno castrador que supone “Felipe VI”, pero no nos llamará tanto la atención si también nos enteramos de que hay muchas aulas en las que, de repente, un alumno grita “¡¡Viva España!!” al mismo tiempo que levanta el brazo como los nazis, y que la mayoría de sus compañeros le imiten.
No obstante, si lo pensamos un poco, no deja de ser coherente que los gobiernos, todos, que no han enviado instrucciones indicando al profesorado que debe priorizar los contenidos educativos que expongan la verdad sobre “Felipe VI”, sean los mismos que tampoco han publicado protocolos de actuación del profesorado ante esas manifestaciones nazi franquistas en los centros educativos que, según testimonios de profesores que las han vivido, se han multiplicado desde que Vox consiguió escaños en el Congreso.
La crueldad desplegada por las élites españolas durante los siglos XIX y XX contra su propio pueblo consiguió romper el ritmo que toda sociedad debe mantener en paralelo con cada tiempo que le toca vivir durante este viaje sin final conocido al que llamamos historia.
Por eso, aunque la dictadura franquista estaba condenada a desaparecer años antes de la muerte del golpista, la sociedad española fue tan incapaz de acabar con aquel terrorismo institucionalizado, ya fuera de su tiempo, que hay quien piensa que, si aún viviera el maldito, sería él quien seguiría mandando desde El Pardo, aunque quizás con la versión anterior de «Felipe VI», hoy llamada el «emérito» y también instalada en La Zarzuela, robando inviolable con la misma eficacia.
Y, por eso mismo, aunque hoy el reloj de tiempo reclama ya que toda la verdad sobre “Felipe VI” sea estudiada en la asignatura de Historia de la ESO (con O de Obligatoria), las élites que ahora nos gobiernan siguen sin cumplir con su obligación.
Iremos terminando como lo hemos hecho muchas veces: ninguna reflexión debe quedar sin la necesaria conclusión en forma de propuesta. Tal como escribió un lector de uno de estos artículos en su comentario, «nos van a seguir odiando lo mismo».
Señor Sánchez, apruebe en el Consejo de Ministros una ley para que, cuando un alumno grite en clase “¡¡Viva España!!” saludando a lo nazi, o chulerias similares, los profesores pidan, a cada uno de los alumnos presentes, la redacción de un texto no más largo que un tweet en el que expliquen lo que creen que significa el acto que acaban de vivir, tanto si se han sumado como si no a tan inaceptable gesto.
Y no admita que desde el ministerio del ramo le respondan, como Ayuso, eso de que “allí no gestionan sentimientos”.
Cuando en 2014 Rajoy y Rubalcaba gestionaron el relevo para que no pareciera que la España post franquista era tan quebradiza como para cambiar de forma de Estado por culpa de un elefante menos, lo que hicieron fue actualizar el nombre de la marca para seguir protegiendo todo lo posible una corrupción que conocían desde siempre, los muy cómplices. Pero lo que menos les importaba, como tampoco les importó ni a Felipe González, ni a Aznar, ni a Zapatero, es el veneno que la marca renombrada «Felipe VI» lleva en su ADN para seguir castrando memorias juveniles de educandos.
¿No le parece, señor Sánchez, que, tras las osadías de Vox con los pines parentales y los himnos nacionales en las aulas murcianas toca probar una democracia más valiente?
¿O seguirán los gobiernos nacidos de unas urnas tan presumidas como corruptas por la financiación ilegal de algunos partidos dejando la militancia democrática sólo para los humoristas?
También me tienta pedirle a Felipe de Borbón etcétera que abandone para siempre La Zarzuela y acabe así con el veneno que «Felipe VI» representa para millones de memorias juveniles, pero me temo que el futuro de la sociedad que está reinando le importa bastante menos que un bledo.
Domingo Sanz