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lunes, abril 29, 2024
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Por lo que encontremos, haremos

Sin libertad no se puede hablar de moralidad. La moral orienta acerca de qué acciones son correctas o malas, sugiere que seamos capaces de escoger libremente entre diferentes opciones y preferencias según las normas del momento. Pero no está claro que seamos libres para elegir, decía el profesor Aranguren que la democracia es lo contrario a las imposiciones.

El acoso, es decir, el intento de dañar las relaciones con motivos perversos, es un síntoma que cuestiona a toda la sociedad en su conjunto. Descalificar, desacreditar, aislar, mentir, acorralar; inducir a errores y dudas, crea estrés y miedo. Comprender la llegada del odio surge tras observar en las distintas manifestaciones sociales: económica, política, escolar, laboral, cómo sufrir agresiones directas o indirectas, facilita una escalada de discriminación que deja entredicho la solidez de las instituciones, y a la deriva el respeto y la aceptación de las diferencias.

Lo realmente inteligente es que nuestro cerebro sea capaz de distinguir lo importante de lo irrelevante con el objetivo de retener, tan solo, lo que pueda ayudar a tomar buenas decisiones. Las recompensas o castigos impactantes a lo largo de nuestras experiencias vitales permite entender cómo se gestionan las emociones; su evocación puede reforzar o controlar la intensidad y la eficiencia de nuestras valoraciones.  

Si el fenómeno de los rumores y cotilleos se banaliza, la conducta se  distorsiona. Aceptar una  información errónea y exagerada a través de generalizaciones accidentadas, interpretar positivamente una realidad falsa, contribuye a perpetuar la impunidad, la desigualdad o la corrupción. No es bueno normalizar las broncas, el desprecio, los gritos y los insultos, el escándalo, el todo vale, colocar en la misma posición al padecimiento que al abuso con consignas como: “ni machismo ni feminismo, “ni violadores ni violadas”, “ni nazis ni judíos”… La broma, el chiste, el sarcasmo perverso, sirven para seguir subiendo escalones en la pirámide de los prejuicios.  

La violencia es una lucha contra la civilización, escribía Karl Popper, no defenderse se convierte en una herramienta al servicio del totalitarismo, donde el interés está en aplaudir la destrucción, justificándola como “legítima defensa”, insinuaba Pierre Bordieu. Los sucesos distraen cuando se persiguen adeptos incondicionales; la desinformación está llena de incidentes, atrapa a la gente a fuerza de repetir día tras día, una y otra vez, que el mundo es un lugar donde hace falta que llegue alguien con mano dura para arreglarlo todo; es una forma de hacer política. Productos que despiertan instintos salvajes, donde contemplar a quien lo pasa mal acaba siendo un éxito, comentó Guy Debord en su La sociedad del espectáculo (en un reality show donde el principal interés era que los participantes se peleasen, se llegó al extremo de una violación a una mujer; se puede entender lo sucedido con la Manada). Crueldades basadas en la humillación, también en el aniquilamiento, encuentran su máximo exponente en las guerras, aunque también se dan en escenarios locales que esconden otras formas de auténtica convivencia: la cooperación para el bien común, la justicia global (ambiental, solidaria, económica…) para defender y fortalecer las comunidades y a las personas.

Porque conocen muy bien nuestros puntos débiles, se aprovechan de nuestra falta de interés, de estilos de vida individualistas, de la pobre reflexión sobre causas y consecuencias, de la dificultad por encontrar motivaciones colectivas, de la pasividad por impotencia, de seguir ciegamente lo que dice el líder, por el desconocimiento de redes válidas…

Clara Lodewick, una joven belga premiada por su novela gráfica Merel, desarrolla en  su trabajo artístico una crónica en un pueblo pequeño, sobre la degradación que atraviesa una mujer que vive sola, pues se ha convertido en el chivo expiatorio (como ocurre con los migrantes cuando no comparten valores y creencias; también pasa cuando el grupo dominante busca un culpable. Algo aparentemente invisible que amenaza la dignidad, sea cual sea la persecución que reciben, y de la cual no se pueda escapar a menos que huyamos.

Francesc Reina

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