No se trata de reproducir aquí el larguísimo listado de momentos que, desde la muerte del DEMAEHE, la derecha española nos ha regalado para acreditar su condición de franquista sin permiso de armas para “convencer” al adversario. “Sin permiso…”, porque sigue siendo preferible que no nos saquen de Europa.
(DEMAEHE son las iniciales del Despreciable Español Mayor Asesino de Españoles de la Historia de España, para recordarle por su currículum).
Si lo pensamos fríamente, lo sorprendente sería que en España hubiera existido una derecha distinta, digamos europea ya que estamos, porque hablamos de un país en el que la dictadura duró casi cuatro décadas y, por tanto, fue asimilada como “lo normal” durante la edad “esponja” de millones de niños, ese tiempo en el que los valores no se reflexionan, sino que se maman.
Es parte de lo que llamamos el franquismo sociológico, que ha disfrutado del mejor caldo de cultivo para reproducirse durante esta monarquía que, primero sin y después con urnas, ha dado un nuevo paso hacia su final con el rey restaurado huyendo de la justicia (la de Suiza, ya que seguimos en Europa).
En este ambiente, tan propicio al delito organizado por políticos blindados ante una justicia que tardó muchos años en atreverse a perseguir a los de arriba, es en el que ha gobernado y engordado el PP, aunque también ha servido para conservar mecanismos autoritarios en las cabezas de quienes han tomado decisiones políticas, fueran del partido que fueran.
Son las consecuencias de un pasado reciente que nunca hubiera sido posible si los políticos que aún vivían en los años 70 y que se habían implicado en los sucesivos gobiernos de la dictadura hubieran sido inhabilitados para cualquier cargo público, como ocurrió en las democracias que no quisieron nacer envenenadas. En cambio, los protagonistas de la nuestra se han tirado décadas presumiendo de una “transición ejemplar”. Para morirse de risa.
Pero el pasado siempre vuelve, y este país tiene que soportar ahora, tantos años después, lo de ser la vergüenza del mundo con huidas como la del rey o probables imputaciones como la de Martín Villa, ambos “héroes” de la transición. Y tiene toda la pinta de que esto no ha hecho más que empezar.
Todo era franquismo durante la dictadura, pero no todo el franquismo eran crímenes y torturas. También eran franquismo el NO-DO o las medidas que aquellos políticos tomaban para proteger a su régimen de las críticas.
Recordando solo algunos momentos franquistas de la derecha española, ha vuelto a las pantallas, hoy mismo, un Rajoy que sabe que no podrá ocultarse como Juan Carlos I y a quien recordamos haciendo todo lo posible para defender al franquismo de las críticas modernas, tan poco peligrosas, mediante la ruindad de no gastar ni un € en el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, aunque tal decisión implicara mantener a la “excelente democracia española” en el indigno segundo puesto mundial de víctimas inocentes en las fosas comunes donde fueron arrojadas por unos asesinos que nunca fueron castigados.
También recordamos a Pablo Casado, siempre antes de la crisis económica que está provocando el coronavirus, protegiendo la memoria del DEMAEHE cuando declaró que no gastaría ni un € pasa sacar su momia de ese Valle crucificado por la que, muy probablemente, fue la Iglesia Católica más criminal del siglo XX contra sus propios fieles, y que sigue siéndolo al no haber pedido perdón por el sangrante pecado de colaborar en el exterminio practicado por los asesinos franquistas, ya que nunca recibirá la condena legal que le correspondería por tantos delitos como bendijeron sus obispos.
Y, de hoy mismo, sesión de control al gobierno, es descaradamente franquista Abascal cuando acusa a Sánchez de ser el presidente del país con más víctimas de Covid para de esa manera calificarlo del peor gobierno en 80 años, porque lo que está diciendo es que prefiere consejos de ministros formados por asesinos, o que dan la orden de asesinar a compatriotas, que gobiernos cuyo principal delito sea el de no acertar en la lucha contra una pandemia mundial.
En medio de tanto partido franquista que ya no puede, ni quiere, disimular su condición, hay hechos que me hacen pensar que está comenzando el otoño de una derecha que, de tan española y franquista como nació y decidió seguir siendo, no le quedará más remedio que cambiar de disfraz o morir, como ocurrió a partir de aquel 20 de noviembre de asesino muerto en la cama.
Pero el análisis objetivo de esos hechos, y también lo de pensar en una idea valiente para que el Gobierno coloque a esta derecha siempre franquista ante la tesitura de cambiar o morir, no caben en este artículo.
A la velocidad que están sucediendo los acontecimientos, con unos días será suficiente para averiguar la clase de otoño en el que nos estamos metiendo.
Domingo Sanz