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jueves, abril 18, 2024
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Guerras, corredores humanitarios o desbandadas y símbolos contra el futuro

Ojalá no suceda, pero si Putin gana es probable que, en 2032, por ejemplo, visite Kiev en olor de sus multitudes y los nuevos jefes locales convoquen una colecta para regalarle un monumento en recuerdo de los soldados rusos caídos en la guerra que él inició diez años antes. Alguien recordará entonces que aquellos soldados impidieron que personas cargadas de niños, maletas y legalidad ucraniana pudieran huir por los corredores humanitarios previamente pactados, pero dará lo mismo porque “agua pasada no mueve molino”.

Podemos imaginar un futuro así, o parecido, al recordar que Franco ganó y en 1947 visitó Palma en olor de sus multitudes, donde los nuevos jefes de Mallorca habían convocado una colecta para regalarle un monumento en recuerdo de los militares que fallecieron cuando el crucero “Baleares” fue hundido en acto de guerra, aunque un año antes, en 1937, disparaban contra personas que avanzaban despacio, desarmadas y cargadas de niños, maletas y legalidad republicana por el camino costero que une Málaga y Almería. Huían de la represión que los franquistas aplicaban sin piedad en cualquier población que cayera en su poder. Aquel buque de la Armada franquista se acercaba tanto a la costa que los marinos podían ver la desesperación dibujada en los rostros de los caminantes que iban asesinando a cañonazos.

Aquel crimen contra la humanidad perpetrado por el Ejército español se conoce como “la desbandá”, pero el monolito que “regalaron” al dictador sigue enhiesto en un parque llamado sa Feixina, a menos de cien metros de un colegio en el centro de Palma. Años lleva su Ayuntamiento intentando desmontar de forma civilizada ese símbolo a lo peor del ser humano, pero los jueces lo impiden a pesar de la Ley de Memoria Histórica. Coinciden con tales jueces los políticos del PP y Vox de la capital balear, que hace una semana se ausentaron del breve homenaje institucional al alcalde Darder y otras víctimas de los franquistas, o de los de ambos partidos en el Ayuntamiento de Madrid, donde acaban de reponer el nombre de “Crucero Baleares” a una calle de la que se había retirado, en aplicación de la misma ley.

En cambio, en enero de 2019 alguien derribó a martillazos el monumento que, también en recuerdo del mismo crucero, se instaló en 1958 en Ondárroa, en el País Vasco, y, de momento, nadie con autoridad bastante ha ordenado que se reconstruya.

Los defensores de que tales símbolos se conserven argumentan que forman parte de la historia y que ayudan a recordarla, algunos precisando que es para que no se repita. Hay quienes son partidarios de resignificarlos, como ocurrió en 2010 con el citado monolito de sa Feixina durante un mandato del PSOE.

Pero los hechos demuestran que, ni el mantenimiento de los símbolos que exaltan crímenes ni la pretensión de resignificarlos consiguen que la sociedad pueda abordar con libertad, que es la única manera aceptable de hacerlo, el conocimiento de su pasado allá donde debe y puede iniciarse: en los centros educativos. “Debe”, porque sea cual sea la profundidad con la que se estudie cualquier hecho histórico, debe siempre respetar y destacar toda la verdad. Y “puede”, porque ante el alumnado el profesor está investido de la autoridad legítima y necesaria para garantizarlo.

Pero lo que ocurre es muy distinto. Los expertos que han investigado nos cuentan que, más de 80 años después de aquella guerra y con los principales símbolos erigidos por los vencedores, véase Valle de los Caídos, intactos para “ayudarnos a recordar”, resulta que miles de estudiantes de Educación Secundaria Obligatoria se quedan cada año sin recibir y poder aprender las lecciones correspondientes al siglo XX de España, especialmente a partir de la tercera década, aunque por ley están incluidas en el programa. Antes o después de Semana Santa los profesores les dicen a sus alumnos que “no habrá tiempo para exponer en clase esa parte de la historia de España”.

Ahora recuerdo que comencé a escribir esto pensando en el futuro de los ucranianos y los rusos después de esta guerra.

Ojalá no suceda, pero si Putin la gana y le regalan monumentos, es probable que dentro de un siglo ambas sociedades se parezcan a la nuestra, donde a millones de personas no les importa que partidos de gobierno se corrompan, que a la mayoría del Parlamento no le importe que el rey sea un delincuente impune y que políticamente les mueva la convicción de que el peor pasado es una especie de “agua de la que no mueve molino” pero, en cambio, sí sirve para detener el futuro, impidiendo el avance y la consolidación de las libertades porque la enseñanza correcta de su propia historia fue imposible durante generaciones y, por tanto, sigue vivo el peligro de que regresen con toda su fuerza y su instinto criminal los peores autoritarios. 

Domingo Sanz

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