Guste o no guste, el espionaje Pegasus en España se llama Citizen Lab, The New Yorker y Catalangate, este último para recordar aquel Watergate que también desveló un periódico y acabó con la carrera de un presidente de los Estados Unidos de América, para que luego digan que el pasado no cuenta, aunque la democracia española sea cobarde a la hora de castigar a los delincuentes que se meten en política.
Por tanto, ya pueden salir dos ministros en rueda de prensa reclamando para Sánchez y Robles el mérito de ser tan espiados como esos independentistas por los que no rompieron ni una lanza hasta que no tuvieron en la manga la carta marcada del indulto. Mientras tanto, esos catalanes cumplieron años de cárcel tras una sentencia que, cada día que pasa, es más probable que sea anulada por la justicia europea, lo que producirá los mismos efectos de una amnistía a la que ningún político españolista se atreve, aunque sí defienden a capa y espada la que, durante la Transición, salvó de una justicia sin pena de muerte a tantos asesinos franquistas.
El caso es que, con lo del espionaje, todo el mundo está especulando, incluidos los ministros, pues es imposible hacer otra cosa en un reino en el que, valga la redundancia, sigue reinando una Ley (franquista) de Secretos de Estado que, en beneficio propio, mantienen vigente unos políticos podridos de pies a cabeza, los del PP y del PSOE, que han contado además con la complicidad de quienes, a lo largo de cuatro décadas, les han ido concediendo investiduras sin condicionarlas a la derogación de una ley que envenena la democracia.
Ahora recuerdo que un tal Jordi Pujol consiguió de Aznar el final de la mili obligatoria en el Pacto del Majestic de 1996, pero no me suena que intentara lo mismo con la Ley de Secretos. Y es que nada une más a los que se juntan que tener muchas cosas que ocultar.
Así que, entre especular en el vacío o hacerlo con la historia en la cabeza, me parece mejor esta segunda opción para analizar unas novedades que se van sucediendo a un ritmo de infarto.
¿Qué más sabía Felipe VI sobre la situación de Catalunya el 1 de octubre mientras se le rompían los nervios viendo como votaban cientos de miles en aquellas urnas ilegales que el CNI fue incapaz de descubrir, mientras sus policías golpeaban a diestro y siniestra hasta que, según algunas fuentes, una tal Merkel “aconsejó” a Rajoy que parara?
¿Alguien se cree que, ante la posibilidad de que algún país hiciera gestos de apoyo o reconocimiento a una Catalunya distinta de España, un rey borbón se iba a conformar con la información que le hiciera llegar el mismo Rajoy que acababa de ser derrotado sin paliativos por Puigdemont?
La respuesta es no. Si Felipe VI exigió aparecer por TVE el 3 de octubre fue porque no se fiaba de lo que le decían desde La Moncloa. De hecho, en cuanto se dejó ganar por Sánchez la moción de censura de 2018, lo primero que hizo Rajoy fue informar que no había sido él quien le pidió a Felipe VI que pronunciara aquel discurso.
Me cruzo cada minuto, es un decir, con millones de opiniones tan especulativas como la que está usted leyendo ahora mismo, pero que no se atreven a mencionar a Felipe VI ni por error. Ni siquiera las de unos independentistas que, quizás para que no se les acuse de obsesivos, prefieren esperar a Citizen Lab.
Mientras tanto me vienen nuevas preguntas, que comparto.
¿Le llegan al rey informaciones de lo que los catalanes espiados, y otros, planean entre ellos, sin que Sánchez lo sepa, o quizás sabiéndolo?
¿Tiene su lógica pensar que Felipe VI pueda mantener contacto, a través de terceros blindados y discretos, con algún espía de los que disponen de información que le podría servir para evitar que pase con Sánchez lo mismo que pasó con Rajoy el 1 de octubre de 2017?
Y si Felipe VI le dijera a Sánchez, en secreto, que él recibe información sobre los peligros que podrían romper España, dado que la Constitución le reserva el papel simbólico de representar su unidad y, por si acaso, también el mando supremo de las Fuerzas Armadas, ¿alguien puede creer que Pedro Sánchez se atreverá a exigirle al rey los nombres de sus informadores para sancionarlos por pasar información sin permiso de sus superiores? ¿O acaso tienen el permiso de sus superiores?
Quizás un día nos cuenten que, al igual que a Sánchez y a Robles, Felipe VI también fue espiado. Seguro que se tratará de un truco para borrar un mal sueño del que se despertaba cayendo en la III República.
De todo esto nos enteraremos, digo nuestros nietos, dentro de 40 o 400 años. Tal como nos comienza a ocurrir ahora con algunos hechos que rodearon el 23F de 1981. Y gracias a que se ha conocido la verdadera catadura del padre de Felipe VI.
Abro paréntesis para terminar un crucigrama. Es de la semana pasada y, en la otra página, Fermín Bocos dedica su columna a poner el grito en el cielo por la humillación a la que la consellera de Presidencia de la Generalitat sometió al ministro Bolaños, al exigir que los teléfonos móviles no estuvieran en la reunión.
Señor Bocos, déjese de demagogia: lo único que usted haría con quien le hubiera espiado es denunciarlo ante el juzgado de guardia.
Domingo Sanz