Pasan los días y la intervención más importante de Núñez sigue siendo la del 7 de abril, tras la reunión con un Sánchez que, mentalmente, ya estaba en la cena de esa noche con Mohamed VI, ambos aliados contra los saharauis abandonados en el desierto desde hace medio siglo. Incluso sobre cuántos son hay discrepancias interesadas que sirven para no celebrar el referéndum, tal como la ONU manda.
Entre paréntesis, tiene lógica el perfil casi de desaparecido de Núñez durante estos días. No quiere que se le relacione con Mañueco, ese aliado de la ultra derecha neofranquista para renovar en la presidencia de Castilla y León, ni con el Almeida que tiene un primo con amigos “pillos”, ni con…
De aquella rueda de prensa del nuevo presidente del PP la frase más citada a posteriori, y que es la que él mismo pronunció con solemnidad, incluyendo un silencio táctico de dos segundos, fue la siguiente:
“No tengo ninguna buena noticia…, para la economía familiar”.
Lo escuchas y captas de manera espontánea la diferencia con su predecesor. Por algo no quiso competir Núñez en 2018, tras la dimisión de Rajoy. Aunque se sabía ganador, también era consciente de que el porcentaje que conseguiría sería muy inferior al 98% de Sevilla. Ni se planteó convencer a las dos aspirantes, más Casado, para que se retiraran, pues su único argumento podía ser que se presentaría él.
Son tan tentadoras las mayorías aplastantes. Y ese teatro de las votaciones sin candidatos alternativos. Pero había que asumir el riesgo de que el PP se fuera desangrando para alimentar al partido que se ha terminado convirtiendo en su, casi, único aliado. De hecho, las primeras elecciones relevantes en las que Vox consiguió escaños se celebraron el 2 de diciembre de 2018 en Andalucía, seis meses después del congreso que encumbró Casado.
Y siguió asumiendo ese riesgo, porque no fue aquel fracaso dulce que les permitió gobernar Andalucía, aunque pactando con terceros, ni tampoco el doble fiasco de las generales de abril y noviembre de 2019, lo que hizo reaccionar a Núñez para anunciar que estaba dispuesto a dar el paso y así sentenciar a personajes hoy tan olvidados como el campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna desde la boca, cuyo nombre no consigo recordar. Eso hubiera sido lo normal en un partido político normal. Se fracasa, se convoca un congreso y se renuevan los dirigentes. Por su propio futuro. Sin la menor acritud.
Pero los dirigentes del partido que ahora preside Núñez, y Núñez en particular, demostraron que no habrían sido capaces de cambiar su rumbo perdedor sin no hubiera aterrizado en el planeta Tierra la peor pandemia en un siglo, si en medio de esa desgracia global no hubiera encontrado la oportunidad de ganar dinero fácil un personaje tan despreciable como el hermano de Díaz, si la tal Díaz no fuera la presidenta de la Comunidad de “Madrid es España”, si esa Comunidad no hubiera sido la que más se resistió a la centralización de compras de riesgo total planteada por el gobierno de España, incluido Madrid, si la misma Díaz no hubiera sido la peor enemiga íntima de Casado y si ese mismo Casado y su segundo, el murciano de cuyo nombre sigo sin acordarme, no hubieran decidido denunciar de manera oportunista lo del hermano para acabar con ella.
Hasta el punto de que, según el último EGM, el programa de Herrera en la COPE, que fue donde decidió “suicidarse” Casado, se ha acercado más que nunca al de Barceló en la SER, con el que compite cada mañana, de lunes a viernes.
Pero justificaremos el título elegido para esta reflexión volviendo al asunto de la comparecencia de Núñez. Duró 56 minutos, de los cuales 36 fueron unilaterales y 20 para responder a las preguntas de la prensa. De los primeros, solo economía, impuestos y dinero en general.
Sorprende el monotema, pues Núñez comenzó diciendo que “No tengo ninguna buena noticia…, para la economía familiar”.
¿O es que el presidente del Gobierno ha decidido delegar en el jefe de la oposición la comunicación de las buenas noticias?
Por eso sostengo que Núñez, como Le Pen.
Tal como hizo Núñez en su primer acto electoral, pues eso fue, y no otra cosa, la comparecencia comentada, Marine Le Pen ha centrado su campaña para la primera vuelta de las presidenciales francesas en la economía, y no le ha ido mal. Y las noticias que llegan es que, para la segunda vuelta del día 24, la francesa sigue con el mismo tema, y también aterciopelando su mensaje, concediendo al todavía más ultraderechista Zemmour el monopolio verbal de los mensajes más populistas, con las consignas contra la inmigración y demás. Tal como Núñez le concede, encantado, a Abascal.
Al margen.
En algunas ocasiones, antes de enviar el artículo para publicar escribo en el buscador de Internet el título para comprobar que no haya otro igual, o muy parecido, que se haya publicado antes. Para no molestar.
Esta vez también lo he hecho y he encontrado a Ana Pardo de Vera que acaba de publicar “Feijóo y Le Pen, Zemmour y Vox”. Conoce a Núñez infinitas veces mejor que yo y, por eso, no modificará el título del mío, pero si aconsejaré la lectura del de Ana, del que he seleccionado esta frase: “Las incoherencias se trabajan con las formas, nunca con el fondo que ponga en riesgo el poder institucional. O lo que es lo mismo, lo que parece tiene que ser lo que la gente crea que es, y lo que parece es que Feijóo ningunea a Vox”.
Domingo Sanz