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viernes, junio 13, 2025
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La fuerza de la fragilidad

Al  grupo de adolescentes y jóvenes de la Fundación Salut Alta de Badalona. 

Para traspasar la piel sin desgarrarla, es decir, sin culpas, hace falta acudir a esas fiestas de sobresaltos y versos. La tarea de la educación debe tener un interés común en todos sus ámbitos: universalizarla sin reducirla a un espacio de conocimiento concreto; la tarea científica es la invención de respuestas prácticas en todos los campos de la vida. Habrá que saber más para entender mejor, porque las cosas son complicadas y cuando no somos protagonistas de nuestra propia historia, acude sin quererlo el valor del silencio, para que no nos interroguemos sobre cómo hay que caminar por entre las piedras.

 Algo difícil de explicar sin adverbios, sin poder acudir a las palabras para crecer sin perder la sabia, moviendo lo escrito para que la magia del faro nos siga abrazando, y no dejar de buscar en el tiempo. Educar en los barrios pobres es cocinar entre una coreografía sencilla en ebullición, sin sorpresas, capaz de contemplar nuestra curiosidad y mantenerla siempre alerta; eso quiere decir cuestionar las cosas. 

En El nombre de la rosa, Umberto Eco observaba cómo la religión prohibía el humor y la risa pues se decía que eran las armas del maligno para llevar la desgracia. El gran escritor Miguel Torga, ya en el siglo XX, explicaba con detalle cómo desde los púlpitos se acusaba a las familias campesinas de pecar y que todas irían al infierno; se preguntaban dos cosas: cómo podía saber el cura de sus conductas si venía sólo los domingos una hora a dar misa y cómo podía ser que Dios no le dijera que se estaba equivocando. La risa sigue siendo un problema para muchos hoy en día, los humoristas no siempre lo pasan bien: “habéis matado a doscientas personas, pero me he reído mucho”, contaba Gila, uno de nuestros mejores cómicos. Es comprensible  el desprecio con que los dictadores han perseguido la ironía: temen su fuerza desmitificadora que los ridiculiza. Maldita verdad cuando la gente amable abunda y puede seguir riéndose de tantas tonterías.

La manera de actuar del autoritarismo es prohibir cualquier valoración que interrogue la moral impuesta; por supuesto es mucho más fácil hacerlo así, lo complicado es establecer unas normas de convivencia que no pongan en peligro los derechos. Hay a quien no le interesa que las ideas prosperen, que se compartan y sigan juntas con su limpia desnudez frente a oscuras influencias, con la calidez de unas manos que encajan en los momentos de enlace, es la fuerza que tiene la fragilidad. Necesitamos tener a alguien al lado pero para ello la hermandad hay que saber trabajarla.

Los errores nos permiten avanzar a pesar del barro, aunque nos lancemos a dar opiniones de manera rápida cuando muchos temas merecen atención para juntar todos los nombres. Cuando gran parte de lo que sabemos resulta falso, no saber considerar las cosas tiene mucho que ver con todo lo que se hace mal, hay a quien le interesa que pensemos como prisioneros, toda una conclusión de barbaridades.

Creer lo que nos dicen es ley de vida, nos permite aprender. Pero también puede ser pasto de depredadores, sobre todo cuando utilizan el placer para controlar nuestros comportamientos. Existen otros peligros: grupos que se educaron en la hostilidad para defenderse y que, pasado  el tiempo, lo hacen de forma irracional; otras formulas deciden la cuestión de manera extrema: “agredir o sufrir” (las guerras, las peleas, los abandonos, los insultos…), algo que parece extraordinariamente incomprensible.

Nuestro cerebro es emocional por encima de todo, por eso el uso del miedo y la resignación juegan un papel fundamental junto al resentimiento, la envidia, el odio o la ira…  Parece como si hubiera que admitir que necesitamos a un enemigo para avanzar cuando se trata de todo lo contrario: de identificar nuestros deseos y sentimientos para que lo que hagamos sea aceptado: desde la conversación, con talento, sin imponernos a cualquier precio. Lo mejor será aprender a resolver bien los retos porque  quienes pierden la capacidad de juzgar, juegan en un equipo desencajado.

Francesc Reina

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