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Sant Adrià de Besòs
jueves, abril 25, 2024
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Eterno retorno

Ahora que nos pasa de todo, estaría bien recordar que hay personas con futuros que siguen bajo tierra, en un mercado de frustraciones, cerca del abismo. Cautivos, como en salas de espera de hospitales para gente triste, se envuelven en el veneno de su propio fracaso; tiritantes nocturnos, preparan sus noches más oscuras para sacudirse el tiempo. No son presos especiales, son prisioneros olvidados, enjaulados en su invisibilidad, mínimos, insignificantes, enjutos en un dolor que, al cabo, se vuelve gusto.

Y a pesar de todo, viven contentos en sus miserias. Son los  “naturales”, no les gusta eso de la “vulnerabilidad” –suena a hueco-, se distancian de los civilizados, los “artificiales”, dicen. Desde su enorme pobreza, se mofan de los que se obsesionan por parecerse más a los de arriba. En sus danzas descompasadas, entre atribulados tropezones de su embarcación deshecha, caen, saltan, resbalan, reptan, se restriegan con codos, uñas y rodillas y abren las bocas para ayudarse a respirar cuando falta el resuello. Más tarde, lloros tras la nostalgia bebida: sueños de colores jamás vistos, viajes que nunca hicieron, paraísos que se perdieron. Sabor amargo que se sube a la boca al despegarse del día siguiente, donde hubo fiesta el día anterior.

Román, sentado en un banco, mira el horizonte, concreto (como Esperando a Godot), sumando recuerdos. Esa es la foto distraída: enamorados de su propio destino, como diría el viejo Whitman; camino hacia el azar.

La tristeza es como la ceniza de la alegría, es el cansancio del tren monótono de la vida.

Dicen que no volveremos a la vieja normalidad. Vida dura la nuestra. El pretendido lujo de la clase trabajadora vuelve a su certificado de caducidad cosa, como siempre, atribuible a las obscenas torceduras morales de los grandes especuladores. Seguimos entrando por la puerta de servicio, el olor nos delata. Trabajamos en fábricas de esclavos, muchos sin trabajo ya, atormentados por las preocupaciones y violencias. Una broma infinita, un retorno eterno.

Francesc Reina Peral. Pedagogo

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