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miércoles, abril 24, 2024
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El ruido que deja el tiempo

Recrear el pasado no significa ser fiel a lo sucedido, pues igual que pasa con todas las cosas, cuando generamos ideas incorporamos nuestra ideología, nuestra experiencia, incluso nuestra ignorancia. Prueba de ello es la reescritura de la historia por parte del fanatismo y las dictaduras que atacan el arte, como la censura inflexible que sufrió Shostakóvich (una  amarga violencia), una estrategia represiva de Stalin para que el músico reorientase su creación; Lady Macbeth de Mtsensk fue el ejemplo más desgarrador. Aquí pasó con Pedrolo, Méndez Ferrín en Galicia y tantos otros “rojillos” y homosexuales: Lorca, de Molina…

El poder come miedo para desviar la atención, decía el gran Galeano. Lo importante no es lo que se afirma sino lo que se hace, y como eso no se ve, acostumbra a estar plagado de interpretaciones de todos los colores.

Analizar equivale a valorar algo con sus aspectos positivos y negativos, teniendo en cuenta las circunstancias del momento. Al juzgar, damos valor según nuestro pensamiento (que es moldeado día tras día). Lo que hay que dejar claro es que todo el mundo es capaz de expresarse a pesar de las diferencias en los grados de certeza. Sin embargo, aunque cualquier opinión es legítima, para hacerlo bien se requiere dos elementos importantes: tener conocimiento y saber argumentar.

El gusto por la pregunta, tolerar la contradicción, hacen democracia. No hay múltiples verdades sino caminos distintos para acceder a ésta, y más que preguntarnos: ¿qué es la interpretación?, nos irá bien responder a: ¿cómo descifrarla mejor? Lo importante debería ser llegar a acuerdos para desterrar dinámicas egoístas y otras particularidades que habitan en el mercado depredador. Como decía Umberto Eco, existen argumentos que ya nacen fracasados porque son incapaces de aportar nada.

Cuando alguien busca tener razón, tenemos derecho a desconfiar de sus puntos de vista si no podemos confrontarlos y llegar a decidir si eso es bueno o inverosímil, si decantarnos por alguna elección o que no veamos posibilidades. El problema es que asistimos a cotas muy bajas de clarificación, no sólo por la manipulación de los medios sino por nuestra escasa preparación. Corremos el riesgo de sufrir una invasión de necedad si recurrimos al derecho de discurrir lo mismo que un premio Nobel.

Pero, ¿quién nos proporciona respuestas cuando escasean tanto? García Márquez decía que el objetivo de un gobierno debería ser hacer felices a los pobres (vigilando las drogas)

Debatir es realmente difícil. Algunos se lo preguntan en tweets intentando hacerse un hueco entre la última polémica del día con pánicos morales que se corean contra la última burrada. Por todo eso y aquello, la mirada debería estar centrada, como poco, en una particularidad: una ética de la interpretación como reto permanente para barrar el paso a dogmatismos rabiosos.

Francesc Reina

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