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Sant Adrià de Besòs
viernes, marzo 29, 2024
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Desde una habitación

Hay quienes han logrado convertir en sentido común su peculiar concepción de la política, la definen como una actividad especializada para representar a la ciudadanía, esto hace pensar en diversas ideas sobre cómo ejercerla, no sólo con leyes y elecciones sino compartiendo su cumplimiento en una cultura que cuestione ciertas psicologías positivas que suelen ser farsas que explotan las buenas intenciones con marcas de mercado y redes de beneficencia como han hecho con los bancos de alimentos, o como podría pasar con los comedores sociales. Hay quien se mueve entre entidades fantasmas cuyos beneficios se camuflan entre simulacros (educativos, sanitarios, de vivienda) para mayorías endebles, desorientando el bien común,  denunciando iniciativas valientes con análisis superficiales sobre la frustración (que se sigue remediando con fármacos artificiales, privatizaciones desdibujadas o pequeños y grandes escándalos cuando se surcan las balanzas fiscales). Un pequeño grupo ha concentrado más poder que nunca para decidir sobre el futuro de la vida, todo hermoso hasta que no les gusta y recurren al as escondido en la manga para ejercer su“veto”, como si estuviéramos en la edad más obscura, escribiría Bertold Brecht.

Sigue siendo raro que no nos hayamos sublevado a lo grande por temas tan lamentables como el de la vivienda, pareciera que nos ponen alguna sustancia en la sopa para inmovilizarnos. Los alquileres mosntruosos, los desahucios criminales han provocado no pocos suicidios castigando a muchos perfiles humanos. El movimiento de la indignación del 15-M o el procés, tan masivos como plurales (a pesar de banderas e intereses fácticos), han quedado lejos. Bastante gente concibe la lucha en tonos épicos, cuando tal vez necesitamos discursos más pacientes, dedicados a la siembra, al cuidado atento de raíces-tallos-hojas, que permitan recoger frutos, como sugería Mike Davis, el profeta de la fatalidad, teórico urbano recientemente fallecido. Los derechos sociales siguen siendo los parientes pobres de los derechos fundamentales que no sólo no se garantizan sino que acusan desigualdades injustificadas en muchos ámbitos. No puede haber justicia en ausencia de estas obligaciones.

En el trabajo seguimos teniendo muy poco control sobre los atropellos, avanzamos en un continuo diálogo con el ruido del presente e incluso del pasado, entre obstáculos y pliegues,  con “ teorías” que acaban, a menudo, dependiendo de la happycràcia, esa famosa know-how surgida de la  new age del momento, habilidades que suelen combinarse con cierto respeto a la intimidad y una tolerancia limitada desde su particular ideología de la emancipación. Sin embargo, el abandono de las grandes esperanzas vuelve a poner de moda una antigua idea: que hagamos lo que nos toca ( quizás avanzar con la duda permanente), una especie de “insurrección de las conciencias” como dijo el filósofo y campesino Pierre  Rabhi: “lo que nos hace seguir adelante, en última instancia, es nuestro amor por los demás”; hemos de querernos para defendernos mejor; hay mucho amor inmovilizado.

Jaume Funes vuelve a ofrecernos una pista cuando nos habla de la devastadora consecuencia del desafecto por falta de abrazos en la infancia y aunque más allá de catalogarlo como maltrato, sus secuelas pueden convertir a adolescentes y adultos  en seres con graves problemas emocionales. ¿Habrá que repensar las resiliencias, en los victimarios?.

En “Les amants d’un jour”, la enorme Piaf se adentra en un territorio prohibido para cantar, alto y claro sobre el placer. A las piedras del escándalo se añade que todo sucedía en la habitación alquilada de una casa de citas. igual hizo Mina en “Il cielo in una stanza”. Canciones  que rompieron con las convenciones morales: caricias en habitaciones alquiladas, realquiladas, prestadas, en coches, en el suelo de los cajeros, en los pisos deshabitados controlados por mafias, en las playas de náufragos, en los bosques, o en el campo tras esclavas jornadas de la fruta. Arquitectura de arrebatos -a veces perversos-, bajo sutiles miradas. Melodías censuradas durante años que a algunos nos inspiran una ternura tranquila, muestran que también son necesarios los lugares para amar.

Francesc Reina

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