La dictadura argentina prohibió la lectura de El Principito de Saint Exúpery por fomentar demasiado la imaginación y la amistad. Es entonces que las palabras se asoman a la garganta, se levantan del suelo y se dirigen a un punto de riesgo que es núcleo de dolor. Malditas verdades esas historias apaleadas de esclavitud laboral, de la impotencia de las políticas para una vivienda digna, de la falta de respeto de los corruptos, de la penalización de la protesta, de la emigración masiva de talentos (un recuerdo para Darío, mi hijo, que hace 6 años se nos fue para Bélgica a trabajar a); para el machismo sin leyes justas, para la hostilidad del catolicismo medieval, ese de: “toda la culpa es nuestra” (un abrazo para mi amigo el fraile Joan Badía), a la negación banal del calentamiento global.
No hay fronteras para la epidemia, circula libremente como la violencia racial, la de género, la cultural, y la de los diversos pliegues de la economía. ¿Habrá manera de conseguir un desahogo para la memoria? Extraños silencios sin escuchas y pocas respuestas, para poder sepultar, con muchas capas, la historia de tiranías con su estela de muertes y exilios. Algo dirán las expulsadas, la explotadas, deprimidas, divididas, las derrotadas desatendidas, las derramadas abaratadas, anestesiadas e ignoradas. Las invadidas, las iletradas, las impedidas. Las infectadas, las influidas, las desechadas y decaídas, las pateadas y descosidas… Algo tendrán que decir la desesperadas y desnutridas, las penetradas prostituidas, afectadas, apagadas, aborrecidas.., grande, Pedro Guerra.
Las relaciones que hemos mantenido secularmente con los dibujos, como esa célebre isla Utopía, obra de Ambrosius Holbein, se han cultivado con intenciones diferentes; con abundantes pistas de esquemas morales para que nuestra generación del conocimiento no suspenda en los exámenes del devenir cotidiano. En La Mano izquierda de la oscuridad, Úrsula K. LeGuin fabula sobre una confederación de mundos que tratan de hacer la naturaleza humana más habitable. Encaminados a ilustrar etapas de superación, visitar lugares donde sobreviven biografías rotas, servirá de guía para llegar a los universos más castigados. Pasajeros desorientados en transbordos mal indicados, una carta geográfica de corazones detenidos, enjambre de versos donde la poesía cuida sus alrededores. Topografía de tristezas que llevamos a cuestas como cicatrices, fragilidad que altera las heridas cosidas en carne viva, anatomías desolladas, atlas trazados por emociones, tocatas, fugas.., y rabia.
Decía Deleuze que a la estupidez se le discute con el pensamiento. Ojalá fuera posible que los adeptos al botellón hicieran muchísimo ruido para no dejar dormir a los responsables de todo esto, aunque me temo que no llegarán a hacerlo.
Francesc Reina Peral. Pedagogo