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lunes, abril 29, 2024
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Al viejo guerrero

“El aula era un breve espacio de tiempo, en el patio del recreo éramos el grupo del viento, compartíamos un único deseo: ser poetas” 

Desde la soledad del banco, Francesc Reina Peral.

Con su caja de cerillas, Joan Guerrero se plantó en el solar del barrio de los Músicos- la Balsa para sembrar sonrisas entre la chiquillería que jugaba en el recreo del Colegio Popular (gestionado por el vecindario y en el que fui maestro). Para hermanarnos con el viento, recordaba en el documental de su amigo David Airob, y aunque el perfume no lo pueda captar la lente, encuadrar la infancia es como traer recuerdos de las montañas y correr hacia el mar (como en los 400 golpes) para  luego transmitir lo que se ha sentido. Habrá que mimar más los sentimientos,  decía,  igual que se añora la nostalgia de lo que se encontró, esa melancolía del patio de tierra.

Junto a los amigos, comenzó a combatir las injusticias de los que quieren acabar con rebeldías varadas y resistencias prohibidas. Por pocos que queden, comentaba, solo los locos se atreven  a contar historias que llegan al fondo para descubrir la poesía amarga de los olvidados y escuchar el batido de alas de una chaquetilla al mover las mangas, para contemplar un bolsillo con agujeros  lleno de ilusiones, pellizcos retorcidos que quieren cambiar las cosas para agarrar el alma de los días buenos y otros que no lo son tanto. El arte tiene ideología, es humanismo, solidaridad, es salir a las calles a buscar versos; aunque existe el arte que está por encima de todo, que pone pasión en lo que hace y sabe explicarlo.

Existe un blanco y negro desagradable, son emblemas del sufrimiento;  las guerras también lo son, y luego, todo lo que viene detrás y cuenta las miserias entre los charcos cotidianos; crónicas imperfectas de gente auténtica que, a pesar de todo,  no esconde sus lágrimas.  Hay un fuego tras el blanco y negro que ayuda a contemplar mejor su brillo, es una belleza diferente, una huida hacia adelante como la de la migración, es el amor de la madre: lana que da calor y abriga el frío de la tristeza, que dobla las sábanas y hace el puchero… Sal de la tierra.

Como un notario que escribe la realidad pescando rostros, dolores que habrá que reconocer por mucho que duelan, su narrativa llama al optimismo, porque hay que mantener vivo lo que se lleva en el corazón, aunque sean necesarios los retoques – sin exagerar- como el maquillaje que resalta detalles hermosos para empujar las conciencias.

Las alegrías son cantos que evocan  lo que está bien hecho;  torrente de pensamientos entre la vida y la vida, la dicha de vivir es encontrarse y buscar la proximidad de la conversación, para ponerle color, por fin, a lo que sucede, a lo que pasó.

Sinestesia de la imagen, igual que la música se puede ver, maestro, en tus fotografías el olor a brea se nota, ese gris perla tiene una sonoridad especial, una linda mirada de futuro.

Francesc Reina

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