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Sant Adrià de Besòs
martes, abril 30, 2024
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La canción de las balanzas

A finales de los 70, una de las actividades programadas en el aula unitaria de la escuela fue realizar turismo urbano, el objetivo era visitar lugares nunca vistos. Cuando somos niños apenas sabemos nada, pero sigue intacta la necesidad de emocionarnos, esa es la obligación del magisterio, cosas difíciles de explicar cuándo llega la sorpresa, cuando nos acercamos a la novedad. Una de las más inquietantes, fue cuando viajamos en metro a la estación de Sants, una aventura para degustar lo desconocido, que iluminó los rincones más profundos de nuestros cuerpos mientras subíamos y bajábamos las escaleras mecánicas de aquel lugar que convertimos en un parque de atracciones. Las raíces sutiles que nos acariciaban, refinadas con la dulzura de aquellas personitas, hacían de allá un altillo sagrado al tacto de lo oculto, salpicado de matices donde el oído reconocía otras fuentes, donde el olfato mostraba trayectorias fértiles. El aula era un breve espacio de tiempo donde fuimos trapecistas con cuentas de flores colgadas que encontrábamos en el bosque del recreo. Compartíamos un único deseo: que nada malo nos pasara.. Éramos el grupo del viento, nuestra canción, la de las balanzas de Ovidi, una música con mayúsculas que gustaba tanto a pequeñas como a grandes. En el trasfondo de las almas crecía un deseo de ser poetas.

En otra ocasión fuimos al Ritz. La intención era dar vueltas por la puerta giratoria; no nos dejaron. Pero lo importante fue el contacto con la realidad: asistir al milagro de aquella mágia que se quedaría envuelta en nuestros ojos para siempre.

Leo sobre la miopía democrática, el olvido de hechos reprobables cometidos por autoridades, y la ocultación de actos bandidos… Hay una larga lista de excargos públicos que al abandonar sus tareas (incluso hay quien las alterna ), trabajan en diferentes sectores privados, como el de la industria militar, aconsejando a políticos sobre cuál es la empresa conveniente para favorecer contratos familiares. Esta práctica se llama «puertas giratorias», a menudo tildada de corrupción. Leo sobre el drama de la vivienda en nuestro país, las cifras de inversión pública son absolutamente ridículas. Leo sobre las patronales inmobiliarias permanentemente en contacto con mandatarios para asesorarles sobre leyes que beneficien a sus fondos de inversión, como lo hace un exalcalde, presidente de la FIABCI, “órgano consultivo de gobiernos y Naciones Unidas para el diseño de políticas habitacionales y desarrollo urbano, miembro de la Coalición Internacional de Normas de Ética”, etc, etc… Leo sobre la concejala que tuvo que dimitir del cargo tras recibir amenazas de muerte por denunciar irregularidades en licencias que se otorgaban a pisos turísticos .

Vuelve el recuerdo placentero de aquella puerta mágica. ¿Son las puertas giratorias una elección correcta, o necesitamos otras medidas que nos protejan contra los incendios, para eliminar barreras con demasiadas frecuencias de acceso, que nos ofrezcan una protección excepcional contra las corrientes de suciedad? Sus funciones son tan diversas como los requisitos que se les debería exigir.

Francesc Reina

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