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sábado, abril 27, 2024
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La gestión de los derechos

Conversando con Jaume Funes, quien fuera adjunto, hace algún tiempo ya, del Síndic de Greuges de Catalunya, en la tarea de los Derechos de la Infancia, nos acudían algunas reflexiones: como la dificultad por defenderlos, por mucho que sean visibles. Garantizar la equidad sigue siendo un reto en nuestras sociedades, mucho más reactivas que garantistas. La complejidad juega, aquí, un papel primordial, comprenderla es una necesidad casi indiscutible, por eso, frente a lenguajes simplistas que atrapan con sus discursos del desorden, deberemos esforzarnos para oir mejor y mirar más allá de lo que se ve.

Seguir la lógica del poder nos conduce a confiar que la Justicia, por ejemplo, lo va a arreglar todo; pero las noticias que nos llegan diariamente (y las que no) siguen demostrando que hay mucho responsable suelto y que la gente sancionada puede llegar a ser víctima de grandes atropellos. Las felicidades del mercado, esas que se compran y se venden, suelen ser violentadas si el precio que se paga no es justo.

Las miradas proteccionistas, aunque absolutamente necesarias son, a la vez, insuficientes. Si en el mundo faltan sillas para mucha gente, es porque alguien las ha robado y eso no puede quedar impune. A pesar de que la realidad es difícil de fragmentar, seguimos teniendo graves dificultades por conectar una u otra manera de actuar aunque, aparentemente, tengan el mismo objetivo. Entre buscar infractores y atender a las víctimas hay un campo que se hace necesario: acoger más que derivar, reconocer más que encasillar, acompañar más que conducir, descubrir la atención que hace falta sin imponer largas listas de espera. A eso se le llama dar una buena atención. 

En la gestión del conflicto, la asimetría y la indiferencia son argumentos muy sólidos que se esconden tras una deficiente construcción del otro; una mala comparación que se salda con la búsqueda de culpables. En el ámbito de la vulneración de legitimidades, etiquetar a las personas es una fórmula que acostumbra a fijar falsedades: colocar lo feo frente a lo deseable, hablar de maltrato y no de respeto, de conflicto y no de convivencia. Seguir un protocolo rígido, encorseta, encuadra, estigmatiza; resaltar lo negativo puede resultar bueno para justificar el trabajo pero no para quien precisa alivios.

Hacen falta políticas reflexivas, menos sofistas, más abiertas y flexibles que miren hacia adelante. Lamentablemente, hay muchas instituciones, organizaciones y grupos que generamos víctimas al no esforzarnos lo suficiente con quien lo pasa mal. La necesidad periodística de exagerar  las informaciones, el fomento del odio a través de las redes sociales, simplificar los argumentos y las soluciones, recrearse en los pasados dolorosos… Todo muy poco útil para amparar, para establecer una ética de la alteridad basada en la sensibilidad del rostro, como decía Levinas, ese criterio moral, requisito imprescindible para las buenas prácticas.

Se dice que el mayor logro de la humanidad es el cuidado del prójimo, lo confirmó Margaret Mead al descubrir un fémur roto, luego compuesto. Una condición humana que pasa por alto la falta de agradecimiento es el derecho a la generosidad. 

En la declaración de Ginebra de 1923,  la fundadora de Saved the Children, Englantyne Jebb, sugirió que educar en el sentimiento significaba poner los cimientos para una mayor humanidad. Gracias Josep María Puig,  a Roser Batlle, activa defensora del aprendizaje a través de la ayuda, volvemos a reconocer un derecho tan básico como comer: ser estimadas-valoradas-queridas… El derecho a opinar, a relacionarnos, a no tener que soportar adultos horribles, sugiere convivir más allá del núcleo familiar, con aquellos que nos respetan y no se olvidan de recordarnos que para llegar a ser, necesitamos a los demás.

Puede que el concepto más noble de la educación sea poner nuestras mejores cualidades al servicio del prójimo. Puede que sea éste el mayor requisito para mejorar la sociedad. Nadie es tan pobre como para no ofrecer nada. Trabajar para evidenciar que nos necesitamos es defender en común los derechos compartidos.

Seguir levantándose de las caídas en nuestro camino cuesta mucho más a unas personas que a otras. Como bien dice el amigo Jaume: llenemos de sentido las ideas. Las desgracias acompañan, normalmente, a quienes viven en desgracia, con sus entornos igualmente desgraciados, mezclados entre la escasez y las nadas. A todo esto, conviene recordar que hay intervenciones que se empeñan en transformar los contextos que provocan los problemas.

Francecs Reina

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