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Sant Adrià de Besòs
jueves, abril 25, 2024
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Primavera

¿Cómo llamarían a la imagen de un niño que entreteje sus manitas para hacer un pájaro que alza el vuelo,

a quien despeina la necesidad de un regalo,

a unos besos que se posan en el cristal de la ventana un día de lluvia para que lleguen

donde el tiempo se confunde para hacerte cosquillas,

a esos pájaros que no cantarán porque el aguacero los arrancó de su nido, 

a esa carta rota en pedazos que no llegará jamás a su destino,

al olor del café recién hecho esta mañana nublada,

a la luz del sol al despertar de una siesta en otoño?

¿Qué decir del destello de tus ojos al amanecer de una tarde de primavera,

al trino del mirlo un febrero frío,

a la hoja escrita con renglones torcidos en papel bonito,

a la canción triste de un adiós que jamás se ha dicho

tras un abrazo imaginado,

a un cariño susurrado en la oreja,

a ese lugar al que nunca hemos ido porque se nos ha caído del mapa?

¿Cómo entender un batir de alas llegado desde el rincón de un corazón perdido,

de unas cosas que vuelan a ras de tierra,

cómo nombrar un tesoro que está por descubrir…

            A las aguas dormidas,

            a las calles despiertas,

            a las lluvias movidas,

            a las flores en vela?

 – parece que la noche tiene un roto, y un descosido en su mitad –

¿Cómo describir cuando la estrella que viaja quedó presa de tu mirada,

qué sentir tiene la quietud después del toque de unas campanas,

cuando pasa el avión al que nunca subimos,

del sonido sordo que hace aquel refugio soñado,

la esquina donde habitó un dolor dulce,

el olor de una ola huérfana en la arena;

a un sorbo de tiempo diminuto en las aceras,

a un resguardo de vuelos ajenos que lo bañaron todo,

al paseo pisando hojas de plátano en diciembre,

de las manos que se estrechan mientras caminan lentamente

de los pies que se rozan sobre el colchón en una fonda?

Una conversación sobre la paz, dime: ¿cómo mentar esas

voces que construyen un pensamiento que se canta con el alma,

la dignidad y el respeto de los que van y vienen en tumulto, sin reposo,

y después del remolino buscan un poco de vida; tiene eso nombre?

¿Cómo evocar la sabiduría de una vieja anciana cuando explica un cuento,

a los primeros sonidos que hace la brocha de un pincel seco,

a la melodía que surge del compás de los primeros pasos,

de una criatura que echa a andar,

a la huella que queda cuando una despedida no se desea,

al adiós en el andén,

al encuentro en el que se acarician todos los pecados posibles,

al sudor de unos ecos,

a la madrugada que descansa su sosiego -todo el amor del mundo-

a una canción junto a las ascuas,

al descenso agitado de tus piernas bajando por la escalera,

a los días cortos en el segundero de los recuerdos,

al saludo duro tiritando en el viento?

¿Qué se siente cuando saltamos sobre unos charcos de agua,

cuando se pisa la tierra mojada,

con el barro bajo las botas o con los pies desnudos,

en los encuentros de abrazos, entre las huellas desparramadas que dejan las flores,

acariciando con la yema de los dedos los veranos más crudos?

¿Cómo llamarías a un faro que se apaga y deja de indicarnos el camino,

ya cansado de dar luz a las cosas oscuras,

a las bocas enamoradas que anidan versículos de esperanzas,

a las tormentas de afecto que ablandan los laberintos?

¿Cómo explicar el magnetismo imposible de la amistad,

la generosidad de un gesto limpio:

beber del mismo vaso,

respirar del mismo aire,

pisar el mismo suelo,

taparse las caras bajo la misma sábana,

leer del mismo libro,

comer del mismo plato?

¿Y designar el sorbo de un café con leche, miel y canela,

ver sonreír el atardecer que se va,

el olor a ropa limpia,

el pasar del tiempo desde un banco del parque bajo la sombra de una acacia

escuchando el timbre de un gorrión manchado,

el azul, tan azul, del murmullo del agua en la fuente,

el sonido de la lluvia fina,

el olor de la tierra cuando deja de llover,

el sentimiento que provoca oír la amarga dulzura de la verdad,

la luna llena atenta a la pisada que dejamos en medio de la calle,

cuando se acude en ayuda de un barco herido,

cuando una mano se le echa a otra que no llega,

las miradas tiernas entre dos animales: un perro y hombre,

la señora que tutela sus plantas amparándose una a otra en un modesto diálogo?

Las cosas sin nombre caminan de puntitas, pasan por delante nuestro sin hacer ruido,

no necesitan gran cosa, tal vez gestos, instantes que buscan, eso sí, que seamos buena gente.

Francesc Reina

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