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miércoles, octubre 15, 2025
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Literatura para seguir creciendo

Si debo morir, debes vivir para contar mi historia, Refaat Alareer.

Disfrazar letras para evitar la persecución ha sido siempre un recurso para sobrevivir a lugares feos que humillan el pensamiento; no es solo un método, es una forma de razonar. Las metáforas nos ayudan a describir los sentimientos. A menudo comienzan por los pies, para huir cuando todo se siembra de espanto; cuando se cosechan ruidos, a veces no hay más remedio que desaparecer para que las cosas no vayan a peor como sucede en las prisiones, donde las tazas de café son tan frías como las celdas. “Hay quienes se saben de memoria el nombre de cada estrella, yo el de las nostalgias, hay quienes conocen variedades de peces, yo de separaciones…”, unos versos del poeta Nazim Hikmet.

“La ironía hace grande a la literatura”, reflexiones de la ensayista y poeta ucraniana Victoria Amelina, una mujer luminosa en tiempos de oscuridad que murió hace dos años pasando a engrosar la larga lista de escritores que han sido asesinados por el régimen soviético este siglo y el anterior. Los libros vuelven a ser víctimas de los crímenes de guerra. Ella andaba trabajando en la denuncia de la invasión de su tierra mientras desenterraba entre raíces de un cerezo en el jardín de su casa, caligrafías del poeta Volodimir Vakulenko, asesinado también de dos tiros a bocajarro (cuánta puntería). Los que  inventaron el pecado se olvidaron de crear el perdón; son los todos -cuenta el poeta Raúl de Tapia-  los acusantes en las mesas y promesas, en las alzas y lanzas, en su todo que no es nada. En la oscuridad se a atisban los contornos de la explotación pero, a pesar de ellos, aunque siempre están a punto para el abuso, mañana será otro día.

Estos son algunos instantes de las últimas crónicas de poetisas de la guerra que Victoria había recogido en un cuaderno: “En esta ciudad extraña solo las mujeres son testigo, ve, pregúntale a las mujeres, ellas nos contarán las contiendas cuando las palabras fracasan”. “Las mujeres valen poco, dijeron los señores de la guerra, pero aunque el asombro en muchas ocasiones se quede dormido, ellas también nos hablan: no era más que el corazón de una mujer lo que tomaron y rompieron”. “Amarga es la risa en la boca quemada, permanece un eco todavía en sus voces. “Las vidas se pierden y todos los repartidores de periódicos gritan”. “Todavía queda por hacer viaje y medio. “Como si todo hubiera sido un sueño equivocado, un socavón que se tragó la vida”. “Su tambor de guerra no sonará más alto que mi aliento”…

Los poetas han muerto es una canción de la banda asturiana metal Avalanch: “en su tumba hay una inscripción, un poema de amor que nadie leyó, aquellos versos han muerto. ¿Dónde están? Quisiera volver a escucharlos una vez más”. “El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas es una pequeña quemadura infinita en los ojos inocentes”, esto nos lo legó Federico en Poeta en Nueva York.

Pero hay muertes que no mueren, como la de Amelina (como la de Politkóvskaya), de sus sufrimientos y quejidos renace la poesía.  “Para que estalle la paz, para que nunca olvidemos, la memoria es un refugio en el cielo”, escribía mi amigo Héctor Abad Faciolince mientras esperaba en la sala del hospital de Kramatorsk (Ucrania) tras el misil ruso de corto alcance que le hirió a él y la mató a ella. “Caminamos por el Kiev primaveral: dos mujeres y un perro, es como si nadáramos en el mar después de un naufragio” (su poema sin título).

Harán falta más cometas al borde del acantilado para presentar una  resistencia testaruda a pesar de todo, para entregar al mundo un expediente desnudo junto a ángeles desgajados por el dolor, que regresan  para recordarnos que la literatura pasea por  el criadero del tiempo como un murmullo, liberando palabras que aún quieren decirnos algo entre el jadeo dramático, para limpiar el terror con su estrépito de alegrías, para ir abriendo caminos.  “La Historia que yo aprendí ya no existe… ¿Alguien contó la verdad? ¿Alguien tomó nota de lo que pasó?… Cuando una generación calla, a la siguiente no le queda más remedio que inventarse las cosas y posiblemente, los que vengan después ya no puedan distinguir entre la verdad y la mentira”…

Motivos de reflexión de donde surge la necesidad imperiosa de explicar la importancia de leer, una deuda más para poder contar  historias que traspasen el pánico, el abandono, el abuso; porque la imaginación no es huir, sino que sirve para atravesar horizontes enfermos y escuchar campo a través, para que toda esta convulsión no acabe en olvido, para intentar grabar en las almas un consuelo digno que logre conmover con su franqueza.

Francesc Reina

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