Aprender a vivir escuchando,
requiere la pregunta como material
primero, hebra fundacional.
Comenta el naturalista Ignacio Abella que una comunidad dedicada a la defensa de la vida es aquella que protege su entorno y permite que lo otro se exprese, un triunfo sensato frente a la barbarie de los que devoran y especulan, que quieren comerse el mundo.
Lo que se aprende siempre es mejor cuando puede utilizarse. Una buena enseñanza lo es si aporta conocimientos para moldear conductas de manera positiva. Se trata de relaciones en las que alguien con intención sigue un método que presenta experiencias para que otras personas amplíen ideas, valores y hábitos; un acto de mediación con la flexibilidad suficiente para introducir nuevas formas de pensamiento débil. Esta actividad no está exenta de dificultades, puede desequilibrar en cuanto compara conocimientos previos -ya adquiridos- con otras realidades; el éxito dependerá de ajustar las capacidades que ya poseen con una actividad de calidad, educativa, que dé sentido a las cosas –significatividad- sea en el ámbito que sea: artístico, lógico, social, matemático…
La vida cotidiana construye nuestra personalidad a partir de acciones facilitadoras, en muchos casos vocacionales o voluntarias; otras son orientadas por especialistas, como lo hacen muchas profesiones educativas, cronistas, gestoras, que planifican con detenimiento la formación que precisan los destinatarios de su intervención: evaluando las situaciones, adaptando el nivel a las diversas velocidades, ajustando materiales, tiempos y espacios; adecuando la información para utilizar bien las emociones, con proyectos futuros posibles, proponiendo funciones ejecutivas: identificar-analizar-contrastar-argumentar-valorar-planificar…
Se trata de una tarea que será más atractiva cuanto más coordinada, próxima y accesible, útil. Una acción compartida que sostiene la mejora del bienestar común, priorizará la cooperación entre protagonistas, para superar visiones individualistas centradas en conveniencias de mercado y productoras de competitividad; aplicará políticas transformadoras (que superen malestares) para que las agrupaciones puedan abordar sus propios obstáculos (Josep Mª Puig define estas aportaciones como una forma de capital cívico). Existen pruebas donde se observa la enorme distancia entre aquello en lo que se cree y la manera en que se obra, provocando, a menudo, estados afectivos bloqueados por la incapacidad de ajustarse a la objetividad, apuntando a metas disparatadas con medios ineficaces que desaprovechan las ocasiones.
Hace falta una pedagogía de la inteligencia. La sociedad del aprendizaje necesita promotores de conocimiento, organizaciones que impulsen una didáctica colectiva para intuir mejor cómo funcionamos. La clave está en resolver los problemas que alteran la convivencia para que no lleguen a ser conflictos, el objetivo será satisfacer nuestras aspiraciones tomando las mejores decisiones (esto incluye a gobernantes), teniendo en cuenta los momentos cronológicos o de madurez de la gente, para manejar operaciones como la memoria a la deducción…
Un mundo pequeño es una cinta que nos recuerda lo importante que es hacer bien las cosas: motivar para implicar, diferenciar lo directo de lo indirecto, ir más allá de lo inmediato, identificar otros puntos de vista, encontrar motivos (por qué-para qué-cómo), reflexionar para conseguir autocontrol, estar cerca, considerar las expectativas, conocer las dinámicas de los grupos, la historia de las culturas; reconocer lo fundamental de los cambios, garantizar el respeto en la comunicación, la gratitud y el refuerzo de los gestos, contemplar las características propias y las comunes, vencer razonablemente el miedo …
Asegurar la justicia (y la Justicia) que protege los derechos humanos. Porque hacer daño, por imitación o repetición, es la gran metáfora de cómo la naturaleza se nos vuelve en contra cuando la tratamos mal.
Francesc Reina