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miércoles, noviembre 13, 2024
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Final feliz con personas y perros a 80 por hora

En cuanto agarro el volante con las manos comienzo una batalla a vida o muerte con mi pie derecho porque es lo que me pide el cuerpo, pero espero que no se me considere un pedante si digo que en el momento de votar en las elecciones intento enterarme de las propuestas de las distintas candidaturas para después elegir con criterio la que merecerá mi confianza.

Me ayuda bastante a decidir teniendo en cuenta mi escala de valores el no tener que meter la papeleta en la urna mientras conduzco.

En Mallorca, donde vivo, ganaron en mayo los políticos de un partido que prometió subir la velocidad máxima de 80 a 100 kilómetros por hora en la circunvalación llamada Vía de Cintura y ante el cumplimiento ayer, 18 de diciembre, de esa promesa electoral, no he podido evitar el recuerdo de una buena noticia que apareció en la prensa trece días antes y que no será nada fácil que se pueda repetir, aunque el resto de circunstancias sean las mismas.

En la foto aparecen cuatro jóvenes con unas sonrisas tan sinceras y orgullosas que no me resulta fácil recordar otras parecidas en la prensa, y no es porque no salgan cada día personas sonriendo, muchas de ellas, precisamente, dedicadas a la política. Dos de los jóvenes, un chico y una chica, tienen en sus brazos unos perros a los que acaban de salvarles la vida arriesgando las suyas, pues regresaban de jugar un partido de pádel cuando vieron a los canes despistados correteando por el asfalto. Pararon su coche y consiguieron detener a los que venían detrás de ellos, ese día aún a 80 por hora como máximo, salvo los infractores que son derrotados por su pie derecho.

Muchas personas me dicen que no merece la pena tardar 30 segundos más en llegar a casa a cambio de conseguir que cada mil años unos jóvenes puedan salvarles las vidas a unos perros perdidos, aunque con su acción también puedan evitar accidentes. Pero cualquiera sabe que ir 20 kilómetros por hora menos deprisa supone más bondades y que se merecen otra reflexión.

La democracia significa que las personas deciden en las urnas a partir de lo que piensan y no tienen por qué coincidir en lo que es más o menos importante.

Ante esta evidencia, los partidos políticos, interesados en conquistar el poder, elaboran estrategias orientadas a conseguir votos para sus candidaturas y, en ocasiones, incluso para conseguir que se abstengan los votantes de otras. En cualquiera de los casos, abusan tanto de la demagogia como nulo es el interés que demuestran por conocer lo que sus propios votantes piensan sobre las diferentes propuestas que contienen sus programas electorales.

Me gusta sacar conclusiones útiles de todo lo que ocurre y, tras pensar en la noticia de los perros en peligro con final feliz, recuerdo un proyecto en el que creen el ex juez José Castro, el abogado Ferrán Gomila y otros jurídicos, incluido, aunque no sea de la profesión, quien ha escrito esto.

Se pretende que las denominadas “fiestas de la democracia” sean más divertidas y participativas y permitan construir mejor ese futuro para el que eligen a sus protagonistas. En mayo pasado apareció información en la prensa por primera vez. Se puede ver aquí y aquí.

Como esto no ha hecho más que empezar, lo resumiré con dos preguntas y una información relevante.

¿Qué habrían preferido los votantes del partido de a 100 por hora si en el reverso de la misma papeleta les hubieran concedido la posibilidad de opinar sobre tal propuesta?

¿Acaso le interesa a ese partido político, y a todos los demás, conocer, aunque solo sea eso, el grado de prioridad que sus votantes conceden a los distintos puntos de sus programas electorales?

Se presentó una consulta de carácter general ante la Junta Electoral Provincial y esta lo elevó a la Central, que respondió con el conocido refrán “manzanas traigo” y sin enseñar un solo artículo de la Ley Electoral que se oponga a la propuesta.

Sencillamente porque no existe.

No cabe la menor duda de que esta mezcla de relato más opinión continuará con futuras entregas. Ningún partido que quiera mejorar la democracia debería dejar pasar la oportunidad de las elecciones europeas de 2024.

Domingo Sanz

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