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viernes, abril 26, 2024
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Libros para la esperanza

George Steiner escribió que un libro no escrito es una vida por vivir, un viaje jamás emprendido. De su historia sabemos de atropellos y conquistas, misión insustituible, como una pantalla que explica diferentes maneras de avanzar.

Ningún otro objeto se presenta tan agradecido, ni protesta ni es celoso; cuando se cierra está callado. Tal vez sea una de las pocas cosas justas que quedan en el mundo. Reinstaura la fe con sus iluminaciones, aparece como un milagro que cobija semillas, una versión particular de la realidad, registro de una promesa donde todas las sirenas redoblan a un tiempo. Una emoción indefinible que pronto se convierte en una especie de embriaguez que se apodera de todo. Jeannette L. Clariond comentó en ocasión de recibir un premio: creo en él como único objeto capaz de producir alivio en la llaga más honda de esta sociedad.

En estos días, una foto recorrerá el mundo por su impacto. Una ventana en Kyiv, rellena de libros de todos los tamaños y colores para poner freno a las balas. Una biblioteca cruel, improvisada, que nos interroga sobre la posibilidad de saber algo más.  Volúmenes que por tiempo han esperado en el estante y que en momentos insospechados devienen un camino que revela el trueque inconsciente del progreso, una relación compleja que da alma y carácter a los sentimientos que moviliza.

Esa estampa es un lugar lleno de magia que no dejará de cautivar  generaciones. Hay lecturas que exigen altos niveles de concentración para comprender su contenido y educar entusiasmos. Nos lega una respuesta frente a la angustia del tiempo y la muerte, como diría el filósofo Jean Baudrillard, fundador de la revista Utopie. Echar un vistazo a esa mezcla de pasta de papel en medio de un bombardeo dice mucho de la infinidad de historias y mundos, tesoros que guardan vitalidades y que ahora, accidentalmente, salen en la tv, entre lágrimas y confusión.

Modestas paradojas, se ha dicho que la salud de una ciudad se puede medir por cómo cuida sus librerías, sus espacios de libertad, puerta de acceso al conocimiento, tal vez a la verdad. Los libros arden mal está escrito por Manuel Rivas; se juegan la vida, aceptan una apuesta arriesgada, hablan sobre universos distintos, narran la amistad, el amor, los errores, proezas en territorios amplios o en espacios menudos y frágiles.

Poemas, novelas, cuentos, cómics, diarios, ensayos, biografías, compendios, recetas, viajes, que posiblemente no llegaremos a conocer del todo, porque la literatura inmortal es escueta para los ojos, una tierra extraña que alguna vez será pasado. El recipiente perfecto para almacenar narraciones  son una conversación viva, por mucho que pasen los años,  con Gógol, Akhmàtova, Roth, Némirovsky, Andrukhóvit, esperan que unas manos aparezcan para comenzar a hablar.

A menudo los libros se nos parecen, suelen ser un reflejo de quiénes somos o de quiénes querríamos ser. En la España republicana, las “misiones pedagógicas” diseñaron pequeñas bibliotecas portátiles que, a modo de mochilas, acudían al frente y en las trincheras leían a los soldados para proporcionarles mucha vida. Eso es: “cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia”.

Francesc Reina

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