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domingo, abril 28, 2024
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Vulnerables

Los filósofos más relevantes decían que el intercambio de productos debía estar regido por un precio justo, determinado por el valor intrínseco de las cosas. En la economía de mercado este precio no existe, el libre mercado no es libre realmente, el consumo de productos básicos sujeto a coerción es indigno y quienes cobran precios abusivos sin tener en cuenta el sufrimiento ajeno actúan con la codicia más perversa. Una sociedad que permite la explotación para conseguir una ganancia no es una buena sociedad.

Hay muchos motivos para poner en duda que tener un aspecto u otro, venir de donde sea, o simplemente con estar dispuesto a esforzarse, se abren los caminos para llegar donde se quiera. Resulta tóxico mantener esas ideas cuando muchísima gente, la mayoría, no tienen esa oportunidad. Cuando, además, no todo depende del talento, pues se soslayan otros factores, acuñaba Bordieu: el círculo de relaciones y una buena fortuna.

Ese discurso no solo da pie a la arrogancia de quienes consideran que la posición que han alcanzado es consecuencia de sus propios méritos,  también a que se considere culpables a quienes no han llegado, ciudadanos de segunda clase que así son juzgados “por no dar la talla”. Así se expresan Michael Young y Michael Sandel en sus análisis sobre la desigualdad, la brecha entre ganadores y perdedores condimentada entre la soberbia y la humillación; éxito y merecimiento de tipo religioso-ideológico, paradigmas que se cocieron hace siglos con “retóricas de la responsabilidad” frente a la ”pobreza perezosa” de los asalariados.

Sin embargo, será interesante detenernos en el tema de la vivienda, un grave asunto mundial, un problema de especulación sobre todo en el mercado de alquiler privado, en un sistema que beneficia a quien puede acceder a la propiedad y perjudica a quien no puede. Pareciera que lo que sigue definiendo nuestro futuro es la herencia y el sostén familiar.

Hablan voces expertas de una gran paradoja: que hay familias, personas con estudios, con trabajos cualificados, bien remuneradas, que viven de alquiler y que sufren una terrible inseguridad porque si les suben el precio deben dejar la vivienda, que no pueden hacer planes de futuro.

En la cartografía de la precariedad han ingresado nuevos perfiles. La llamada gente sinhogar comenzó hace años a ser un grupo mucho más numeroso que se suma al de las personas que si carecen de apoyos sociales o familiares, o son insuficientes sus salarios o prestaciones, pueden llegar a vivir en una habitación, o en una pensión, o ir de casa en casa suplicando una estancia; y si por un incidente o ruptura quedan desamparadas, pueden vivir en la calle, entrar en la categoría fatal de las personas sintecho, para acabar durmiendo en los cajeros o en los bancos de los parques, o bajo los puentes, o en los descansillos de los terrados, o en los garajes, o en las chozas de los huertos  (“porque nos han dicho que eres buena persona”), o en el coche de algún amigo que no ha ido al desguace (“por el amor de dios que me va la vida en ello”), o en los sofás de una amiga de la infancia (“pero te tienes que ir a las 7”), o en el vestíbulo de urgencias de los hospitales o las grandes estaciones (“si los guardias te dejan”). Existe un franja importante de personas que no sale en los recuentos de las fundaciones sociales porque esa noche tuvieron suerte.  

Francesc Reina

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