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viernes, mayo 3, 2024
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Solastalgia

Todo nido es un auténtico herbario que se compone de piezas próximas al área de campo del ave conformando un inventario botánico y plumífero a pequeña escala. Los nidos suelen ser auténticas metáforas visuales sobre los valores más cercanos al ser humano: el hogar, el territorio, la familia, la amistad, la comunidad… Desmontar un nido pone en crisis la visión de esos valores y propone una reflexión que va más allá de una definición amarga de la verdad.

La solastalgia define eso que sientes cuando las casas de tu vecindario, que solían albergar familias, se vuelven grandes superficies de comercios y oficinas; cuando el bosque en el que jugabas se incendia, cuando pavimentan aquel descampado y lo convierten en un estacionamiento, o cuando levantan una nueva valla en el camino de acceso al mar porque se ha convertido en propiedad privada. Es esa nostalgia de las cosas perdidas: por un lugar cuando ha sido abandonado, así lo versan Glenn Albrecht o Tanya Huntington.

No es raro que en los bancos de algún parque próximo a la vivienda perdida, duerma un alma huérfana de ese territorio que se echa en falta; hay quien se queda cerca de aquello que se ha perdido para siempre (eso lo saben en el barrio).

Un hogar es más que un montón de piedras, no es sólo un techo, es un espíritu que cuando se precinta se queda desangelado. Nos une a la casa un cierto ensayo de felicidad entre varios olores (por la misma razón que el peregrino se engancha a una concha). Hay quien dice que quien está obligado a marcharse, esa gente que tiene que migrar, que huye o la echan, sufre el mal de la ausencia, pierden la dignidad y olvidan los colores, como si de un daltonismo social se tratara.  Algo se rompe y se nos cae cuando hay que dejar la morada, da igual la edad que  tengas, de repente empiezas a envejecer. Miras a todas partes y ves cómo se van levantando muros de cemento. El cielo también se suma a la barbaridad, se vuelve un muro recortado y lleno de dudas, quizás por eso en las iglesias se deshojan caminos para facilitar el viaje hacia el paraíso. La premio Cervantes Dulce María Loynaz dejó huella con Últimos días de una casa, aquella calma de agua sorda que cubre las historias cuando quedan faltas de vida, solas en medio del jaleo.

Cuando las lágrimas cuajan, la pena se hace aún más larga y pinchan los tirones. Las manchas que quedan en los tabiques son cicatrices que pensaban desaparecidas y ahora salen para mostrar las vergüenzas. En la acera se van agolpando, encima del sofá, la vajilla que ni siquiera se ha estrenado, los retratos de los parientes, un par de maletas, las mantas para el frío y ese espejo del salón que rebota las miradas de peatones que se acercan curioseando – con un poco de ternura. Otros hacen como si vieran a un muerto. Ironías de la vida, todavía se te ocurre pensar que a esa ventana le falta un repaso de pintura.

Cuesta entender cómo se ha enganchado a nuestra cultura aquello de lo que las injusticias son cosa del destino.  La solidaridad se siente enferma cuando se da cuenta de que la indignación no salva vidas (la humedad nos ha abierto las carnes) y ahora, encima, ve cómo se impone un gran negocio. La cifra total de desahucios en 2022 ha sido en toda España de 38.266, 105 al día. Durante el 2023 cayeron un 40,6% por la huelga de letrados, en Catalunya, a pesar de la crisis  de la administración de justicia, se ejecutaron 6.579 desahucios, de los cuales el 74% fue por impago del alquiler (4.860).

Existen diferentes silencios: el del polvo que empaña los ojos y no deja ver, el de los relojes que no suenan y se vierten en el suelo, la mudez de las horas que se soportan en los pasillos del banco o de la administración, estos dos artefactos que bailan muy agarrados sin poder disimular que aún faltan muchos privilegios por deshacer. El estallido más desnudo llega cuando los medidores de la justicia se acercan pisando todo lo que han venido a cerrar. La mayoría de las personas desahuciadas no protestan (parece que sólo sabemos ser víctimas o verdugos). Sigue el olvido de la pobreza cebándose con las más débiles, justificando el fracaso, reduciendo el lugar de pertenencia a un dispensador de alimentos.

Francesc Reina

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