Dice Emili Lledó que no puede haber libertad de expresión si no existe libertad de pensamiento. El pensamiento es libertad. Qué importa poder expresarnos si no nos escuchan o si se dicen barbaridades, ¿para qué nos sirve?
La calidad de la inteligencia, según ciertas teorías psicopedagógicas tiene mucho que ver con el lenguaje interior, es decir, con la conversación interna sobre nuestros deseos y temores. Se dice que la libertad no deja de ser más que un espejismo, una construcción cultural inventada, una ilusión… Aunque tengamos la impresión de ser libres para tomar decisiones, es necesario entender que otros decidan por nosotros mientras el proceso de interiorización no está maduro. El habla interior es un ejercicio que normalmente usamos para conseguir mayor autonomía, no se trata de una ausencia de influencias, sino de ser Inteligentes y aprender capacidades de autodeterminación y responsabilidad.
Sea como sea, la carencia de emancipación puede deberse a la falta de conocimiento, de valentía o de motivación, explica el filósofo JA . Marina. Libertad significa ponerse a salvo de la tiranía de las cosas, de superar obstáculos -la ignorancia, el miedo, el dolor, las pasiones… Se podría llamar cultura al conjunto de soluciones que cada sociedad inventa para resolver sus problemas (que son bastante comunes).
El autocontrol trata de ser una destreza aprendida para mantener activa la voluntad. El habla interior es el material del que están hechas nuestras voluntades para evitar obstáculos y crear rutinas, es el diálogo por el cual interiorizamos dominios específicos a partir de la observación de nuestras conductas, con objeto de liberar las limitaciones que nos vienen determinadas por muchos factores.
Lo contrario es el sometimiento a las supersticiones, es la esclavitud por no saber, por no tener conciencia de nuestras debilidades. Hay que conocer para comprender y comprender para tomar buenas decisiones. Pero mucha de la información que recibimos se basa en creencias que no son del todo ciertas, o son directamente falsas, medias verdades que condicionan las miradas; proponen que las pruebas, los datos, los argumentos, entorpecen el camino para la gestión; por otra parte, el acceso a nuestra privacidad para filtrar nuestros datos, apunta a una tecnología mal diseñada que daña a la gente con su ingeniería perversa; no tiene nada que ver con el respeto a los derechos humanos y está muy lejos de ser positiva y de calidad, suele erosionar las democracias que pierden terreno ante corporaciones que solo buscan el lucro.
Nuestras organizaciones cumplen, muy a menudo, una función educativa. Lo que está ocurriendo hace que los sistemas educativos, informativos, de apoyo y ayuda, vayan perdiendo peso frente a otros procedimientos. Hace falta dedicar más esfuerzos al trabajo de habilidades éticas, emocionales y cognitivas, calculando mejor el tiempo, para desarrollar hábitos de razonamiento, de disciplina, de resistencia a la frustración, constancia, tenacidad, soportar el esfuerzo… La formación debe ser un proyecto colectivo además de autodidacta. No se trata solo de saber cosas sino de saber transmitirlas, observando las ideologías, cultivando la empatía, explicando el mal, la banalidad, la ignorancia, la falta de calidez, el excesivo consumismo y competitividad.
Sabemos que quien comprende mejor una situación empieza a mejorarla compartiendo lo que aporta la inteligencia: como crear derechos y protegerlos para dar sentido a lo que hacemos.
Corremos el peligro de ser títeres en manos de fuerzas que nos gobiernan a nuestras espaldas y que hemos de comprender para evaluarlas. Saber pensar es nuestra defensa contra la manipulación, contra el fanatismo y el adoctrinamiento; “la verdad”, aunque pura probabilidad, depende de cómo percibimos las cosas, de cómo se razona y cómo se argumenta. Habrá que empeñarse más. Somos libres por los pelos. Corremos el peligro de quedarnos en un estado de pobreza cognitiva; no podemos quedarnos atrás, habrá que agudizar la perspicacia ante el peligro de los mensajes rápidos y exageradamente normativos.
Francesc Reina