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martes, mayo 7, 2024
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Paradojas y alegatos

Las paradojas son estímulos que nos permiten una mayor reflexión, nos servimos de ellas para confirmar lo complejo de la realidad; nos ayudan a comprender nuestras limitaciones sobre aquello que a simple vista parece sencillo pero que suele caer en contradicciones o absurdos. Se reconocen, a menudo, como lo contrario al sentido común, pues no existe un consenso generalizado sobre si los fenómenos sociales se juzgan por razonamiento o son cosas del instinto (tal vez ambas cosas). En ocasiones, afeándole al mundo sus injusticias, desgranan mitos y mentiras que atropellan, más que favorecen, un progreso real, que desatan formas de egoísmo, que camuflan a quienes juegan con dinero sucio, mientras avivan, con su particular versión de la caza de brujas, una arquitectura de papel mojado que enmascara la ignorancia militante a base de sembrar muchas anomalías.

Para que salgan las lágrimas hace falta dar libertad a las palabras, comenta Erri de Luca: mantener la virtud con silencios comprometidos, para que las palabras no se agoten ni se pierda la vergüenza ni la memoria. La crisis mundial del hambre está abonada por entidades bancarias (a las que un día sacamos del agujero), ahora especulan con los alimentos en las Bolsas de todo el mundo, fondos de inversión que someten a gobernantes comprando tierras fértiles en Asia, África y Sudamérica, abriendo  puertas a la pobreza con sus greenwashing, sus cadenas intensivas de producción excesiva, sus hidroeléctricas, petroleras y minas de carbón (como hace en Turquía la empresa que reconstruye el Camp Nou). Demasiado derroche que sólo permite traspasar fronteras a las mercancías, pero no a las personas, que se ven obligadas a desplazarse tras esos crímenes que ya no son ni ocultados, donde sólo existen dos valores: verdadero o falso, sin posibilidad de terceras opciones.

«Para salvar al planeta lo hemos intentado todo, menos el amor”, escribía el naturalista Theodore Monod, quien consagró su vida a buscar en el desierto una flor que le hizo cosquillas en el espíritu.

Ironías de la vida, nuestro sistema inmunológico tiene como función natural protegernos contra agentes “extraños” que pudieran invadirnos el cuerpo: el rechazo al feto, por ejemplo, es algo usual, contrasta con la inigualable relación del vínculo entre las madres y sus crías, una condición indispensable para la salud futura y que hizo perder protagonismo a los valores religiosos, característica del antiguo régimen y que sigue viva en algunos sectores de la población. Por ahí andan escenarios desnudos, zonas de oscuridad  donde los jornaleros malviven en la más pura miseria, sin contrato, trabajando en invernaderos con robo tolerado de agua, que surten de hortalizas y fruta a toda Europa, sin viviendas más allá de unos techos de latón. Llaman la atención aquellas esclavas negras obligadas a ofrecer sus canciones en las haciendas americanas para celebrar el nacimiento de un niño blanco durante las fiestas navideñas. Resulta extraño que los árboles que nos dan la vida, también nos la quiten cuando se precipitan encima de alguien: “cuando cae un árbol, cae una estrella” reza un penoso lamento escrito tras la muerte, hace poco, de una persona sintecho.

No dejan de sorprendernos aquellos sabios con segunda residencia que tratan de estúpidas a las personas que ocupan sus vacaciones en lugares saturados (campings, playas u hoteles) porque buscan otras brisas para alejarse unos días de los 40 º de sus viviendas habituales.

A pesar de todo, nace una melancolía de las cosas distintas, una dignidad que se nos echa encima para pedir un “tiempo muerto”; ocurre cuando un discapacitado, el actor Jesús Vidal, le dice a un adulto maduro, su entrenador: «no quisiera que tuviera un hijo como yo, pero a mí sí me gustaría tener un padre como usted».

Francesc Reina

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