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viernes, abril 19, 2024
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Los miserables

Hablar de vulnerabilidad es complicado, se trata de un concepto con muchas representaciones. Cabe la posibilidad de imaginar a un ser herido o también a un sistema artificial dañado. Puede atender a un tema de índole social, a una reclamación de derechos cuando se pretende destacar el cuidado frente a la desprotección, aunque por otro lado puede atribuirse a un estado de riesgo ambiental sujeto a las condiciones del medio (como  pasa con las catástrofes climáticas). Lo cierto es que vulnerables, los hay por fragilidad propia (biológica o psíquica) o porque algo exterior al sujeto lo suscita, un proceso, este último, nada improvisado, propiciado por la política, la economía, o en lo cultural, entiéndase como aquellas situaciones derivadas de la pertenencia a un grupo o a un género determinado.

La tendencia actual nos encamina a la defensa del individualismo, la autonomía y la independencia por encima de otros comportamientos y valores. El individuo imaginado por los neoliberales es uno libre, sano, responsable y emprendedor; deja en un segundo plano a las asalariadas inseguras  y desvalidos por la pobreza. Y aunque unos y otros se resienten de situaciones de  injusticia, las desigualdades se perpetúan entre  aquellos de rango inferior, como denunciaría Víctor Hugo. Son límites simbólicos que provocan confusión al distanciar la noción del bien o del mal, cambiando el significado de la ética por el de la moralidad (entendida como mero cumplimiento de normas). La clase política, cuando se desapega de la cosa pública, amplía, sin que se pueda evitar, la privatización de los medios colectivos, siempre reservada para una élite que basa su capacidad en la propiedad privada para disfrute propio, de allegados (también políticos giratorios) y familiares.

Por eso se corre el peligro de deshumanizar al ser humano cuando se alimenta el sistema de Justicia con sed de sacrificios contra quien viola la ley (aunque una violación en Sarrià cuesta el doble menos que una de Terrassa). El envilecimiento es el gesto a cuyos pies se ofrecen  víctimas, unas ciertas, y otras creadas en beneficio de sus intereses.

Catalunya ha sido estos últimos años la autonomía que, junto a Madrid, ha dedicado menos al gasto social: promoviendo menos al Estado para solucionar las crisis del desgate de la sociedad, en vez de responsabilizar a los grandes bancos y corporaciones, acusando a las capas frágiles de pasividad y abuso de las prestaciones administrativas.

La debilidad se conjuga junto a la desvinculación de las estructuras formales educativas, de trabajo y ayuda. Está muy feo instrumentalizar la dignidad de los otros camuflando según qué términos. No demostrar reconocimiento, como dice Richard Sennett, es un atropello y una falta de respeto. Hay que cuidar muy bien la calidad de las formas de aceptación, pues no pueden darse sólo de manera espontánea, voluntarista y  menos, propagandística.  Por eso visibilizar debe ser un acto honesto y de búsqueda del bien común.

La libertad que algunos enarbolan o reclaman no tiene nada que ver con el menosprecio  velado hacia los anómalos  de carácter generalmente indeciso, esos que no llegan a final de semana y que,  como apunta Axel Honneth,  no tienen más remedio que hacer uso de su libertad negativa.

Sólo desplazándose a los lugares donde se concentran las incertidumbres, se puede comprender el presente, decía el gran Robert Castel.

Francesc Reina

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