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viernes, marzo 29, 2024
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Geografía de la intolerancia

Comentaba el arquitecto de los versos, Joan Margarit (catedrático de Cálculo de Estructuras en la Escuela Técnica Superior de Barcelona), que vivir duele, que la vida está llena de historias tristes. Que el pronóstico es peludo. Que algo sigue sin funcionar si la poesía no es importante en las escuelas. Que lo malo es que la incompetencia de los políticos, la posible percepción de que la cultura es un adorno, acaba siendo ignorancia legislativa y administrativa.

Vistas las recientes escenas de violencia en las calles, será pertinente prestar más atención a la infancia y a la juventud, evitar que nuestros elegidos se queden atrás por culpa de la reproducción social de las desventajas, de la privación económica en los hogares, de los  problemas sociales (el 21% del alumnado entre 3 y 16 años es pobre).

La tolerancia aparente, como acuñó Werner Weidenfeld, nos enseña que el proceso hacia la libertad no está asociado con el enriquecimiento personal. La educación  llega tarde para garantizar entornos favorables, la eficacia de medidas para la igualdad de derechos sigue siendo, sólo, una aspiración en los cimientos democráticos de la vida cotidiana, una tarea sin fin.

Las sociedades modernas, por naturaleza,  son ambivalentes. Desvalorizar a las instituciones es una respuesta frecuente fruto, entre otras cosas, de la percepción de incertidumbre, de inadecuación, de inseguridad y de un miedo inconcebible al futuro. Las personas estarán más inclinadas a esforzarse ante las exigencias si se sienten aceptadas y reconocidas como partes integrantes e indispensables de la sociedad, si tienen la oportunidad de cooperar y expresarse. El conocimiento no constituye un incentivo suficiente para mostrar paciencia en situaciones de conflicto, es más, un individuo con una identidad estable no precisaría despreciar a nadie para aumentar la confianza en sí mismo y reconocer necesidades propias. Pero incluso la juventud con mayores cuotas de bienestar muestran desorientación e irritabilidad. La tolerancia ha de ser sometida a constantes evaluaciones y mejora, porque vivir entre gruñidos es un reto diario, y hay quien se aprovecha de eso.

En algún lugar está escrito que las ideologías se descubren cuando se hace política, aunque a pesar de las diferencias, con independencia de sus idearios, existe una aritmética común en los gobernantes,  bien sea por la arrogancia esperpéntica de la burocracia o por la necesidad de mantenerse en el lugar conseguido tras ciertos oficios; a eso se le llama conservadurismo rancio. Esto escribía Bernard Mandeville en su fábula de las abejas, -mito fundacional del liberalismo moderno-: nunca la virtud hizo prosperar a las sociedades, el verdadero motor del progreso es el vicio y la corrupción; la envidia y la vanidad son los ministros de una industria llena de bribones que se aprovechan en su propio beneficio, el trabajo ajeno, la estupidez y el capricho mueven la rueda del comercio: “sólo los locos se esfuerzan por construir una colmena honrada”. Disculpen, tan sólo es una fábula. Cuando la izquierda abraza el liberalismo puede traer como efecto dejar a la derecha el monopolio de la defensa de las identidades populares con todas las derivas xenófobas que eso implica. Esto decía, no hace mucho, el filósofo Jean-Claude Michea: la cuestión es mantener la gobernabilidad con un cóctel de entretenimiento suficiente para prestar buen humor a una población frustrada, consumidora e inmadura, destinada a conseguir desempleados, o empleo inseguro, inmersa en un sistema amoral en el que las masas son lobotomizadas de su sentido crítico para así creerse las explicaciones de un discurso simplista.

La violencia estructural, descrita por Galtung o Therbon, relata la injusta distribución económica y una pobreza que actúa como protagonista principal en un mundo globalizado, produciendo una realidad falsa dominada por la mercantilización de la información y que se camufla , también, en iniciativas culturales o aparentemente altruistas. Los procesos individuales, como ilustra la teoría de la frustración, son un añadido más a vidas cercanas al precipicio.

Para alcanzar una sociedad que aspira a ser justa es imprescindible la progresiva eliminación del “precariado”, una nueva clase dentro de los países ricos donde lucen sin pudor su permanencia en distintos niveles de rentas y oportunidades los que acceden a las altas posiciones sociales y de mercado. Es miserable y últimamente muy practicado el discurso de que las cosas son como son porque no pueden ser de otra manera.

Sustituir las razones de la fuerza por la fuerza de las razones parece un justo propósito, como diría Walter Benjamin, pero lo que el poder ha oscurecido siempre se encuentra en el núcleo duro de lo que afecta a los débiles y se quedará ahí, entre los perdedores de la historia.

Desalentado, el poeta opinaba: cuarenta años son los que ha tardado un presidente del Gobierno en llevar flores a la tumba de Machado en Colliure, Francia. 

Francesc Reina

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