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viernes, abril 19, 2024
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El sabor de las palabras

Hay personas que saborean las palabras. Eso le pasó a Nabokov: sentía en las sílabas de Lo-li-ta (una de sus obras) diferentes sensaciones. Neurociencias divertidas: se dedican a la búsqueda de relaciones entre las cosas, una difusa armonía que define la realidad más allá de la percepción rutinaria.

El sabor de las palabras es como una caricia. También hay personas que ven sonidos, que escuchan música a través de colores. Una suerte de magia donde los perfumes y sonidos se corresponden, se combinan, se mezclan, se cruzan…

Se estima que un 4% de los habitantes del mundo tienen algún grado de sinestesia; sentir sabores cada vez que se escucha o se lee o se piensa es menos común. Los poetas son magos que juntan las letras para que los sentimientos invisibles se puedan tocar con los dedos del alma, una dulce brevedad de insinuaciones sigilosas. Ese gusto especial por el tacto delicado donde cada bocado va componiendo su propia gama de frases.

Los sentidos proporcionan el contacto directo con las cosas, nos devuelven al espacio iluminado del descubrimiento. Sólo cuando una idea es degustada alcanza su verdadero significado. Algo nace cuando es nombrado igual que cuando seguimos recordados. Sentir la textura de las voces significa saborear la capacidad sonora del lenguaje, como también lo hace la danza: el flamenco, las jotas, la muiñeira, el Ibio, las Lanzas, el Axuri, la Isa, el Bot o el Copeo, la seguidilla, las vascas, o la sardana. Descubrir ese código es acercarse a caricias sabrosas. La sinestesia es una expresión metafórica donde se une sensación y sentido.

Hay muchas cosas que siguen siendo un misterio y cuando la ignorancia es perversa, cuando lo que se desconoce es una amenaza, se tira de catecismos. Fantasía y fruto de un exceso de imaginación, enfermedad y anomalía, se ha dicho. Pero no es un capricho de artistas, dicen que es un don, un mal ventajoso, un defecto que encierra un gran privilegio si está bien aprovechado.

Tomemos el caso de las personas con alta capacidad intelectual, es decir, superdotadas, pero que, por su condición social o por falta de capacidad institucional, o no se enteran, o lo peor, son etiquetadas como fracasadas.

Francesc Reina

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