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sábado, abril 20, 2024
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El olvido que seremos

A mi amigo Héctor Abad Faciolince

Querido ‘Pa’,

He ido a ver la película de Trueba, basada en tu ópera prima (nominada y galardonada). En tu tierra se va a pasar en las pantallas este junio; eso dicen. Sé que irá a verla la amiga de la que te hablé, Margarita, una experta en la literatura mágica de Gabo; ella se doctoró en ese empeño.  Sé que a ambos os unía, más que la ideología, el afán de escribir bien; y de eso no cabe ninguna duda.

Allí en el cine, algunos revivimos de nuevo los pasados turbios. Sorbíamos esa agüilla que se cae de las narices cuando no es posible sonarse a tiempo, porque unas lágrimas impertinentes interrogan nuestra comodidad.  ¡Cuántos mensajes recibidos!  A quienes estábamos ahí nos unía una colección de nostalgias, modelos inspiradores de esa relación tan cercana, la primera influencia masculina íntima en nuestras vidas, una compleja relación sentimental con nuestros papás, que nos lleva a los recovecos de una huella que muestra los sentimientos más escondidos: infancias dulces, de cariño, de miedo, de ausencia o desgarro.  Pienso en mi hijo con el que me une un gran respeto y en mi hija con quien compartimos eterna ternura.

He visto el documental de tu hija Daniela “Carta a una sombra”  (tal vez elaborado en la universidad de Terrassa, en mi tierra), una dura reflexión sobre el infierno de la violencia enquistada en nuestras sociedades y el homenaje a un hombre bueno: la nobleza esencial del protagonista avisando contra la ira y la desesperación; el abuelo que va anunciando, en esa marcha del silencio, su trágico destino. La bondad, la belleza del doctor que vivió para ayudar y ser inolvidable, deja una cicatriz desgranada en el recordatorio donde hace su trabajo la arqueología,  poniendo capas (ahora no puedo dejar de pensar en mi padre que murió por esta maldita pandemia hace unos meses). De todas las historias de la historia, la más terrible ocurre cuando los grupos se confabulan contra el líder más pacífico (¿Jesús?), se lo quitan del medio y acaban con él. Escrito está, el filósofo Isaiah Berlin lo comentaba: hay gente que merece ser celebrada por dignificar la política, la prioridad es mejorar la vida y cuando esto se olvida, llegan los discursos inhumanos, la crueldad del fin que justifica los medios, esa frontera donde desaparece el héroe y el malvado con sus muros atroces.

Por simpatía recordé mi estancia en Medellín donde pasé un tiempo en un refugio de hijas huérfanas de padres de la guerrilla, todas las tardes me esperaban 20 niñas para cantar esa juguetona melodía de Olga Manzano: Caraballo mató un gallo. Jamás hablábamos de sus rabias, pero yo las olía, estaban ahí saltando en el aire, sobre todo entre las más mayores; allá no había tiempo de descubrir al padre amante que derrocha afecto. También estuve en un colegio que custodiada el ejército en una Villa de casas de lata; me preguntaba cómo asumirían esa imagen los niños y niñas al entrar al liceo cada día: las bancrim acabaron con un grupo de muchachos  mediadores con los que comencé a trabajar (un recuerdo para su directora, al equipo docente, al alumnado, las mamás y papás, la asociación del vecindario…).  Lo importante es  el  momento en que todo se transforma en comprensión. Es necesario. Viendo  la realidad desnuda, esa que revela misterios y verdades, llegamos a la madurez cuando perdonamos historias y saldamos cuentas. Para resistir, pues crecemos entre relatos equivocados, como comenta William Ospina, hay que repasar las leyendas familiares y tomar buena nota de los gestos de paz.

Las caricias van y vienen, algunas se han borrado. La memoria es caprichosa, tanto como cada una de sus sombras. Furiosa, la más vieja de las alianzas, la relación de padres e hijos: la decepción, la rabia, la tristeza, la reconciliación. Sólo nos queda rememorar, pues el olvido permanece en la memoria para no abandonarla, y así debe ser.

Evocar es la base de todo, sin eso no existen ni la inteligencia ni el progreso. Dijo Borges que la cultura es lo que queda después que todo desaparece. El arte, ese simulacro del recuerdo, es la prótesis que nos mantiene bajo el indiferente azul del cielo, en el que todos somos el olvido que seremos.

Francesc Reina

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