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viernes, diciembre 13, 2024
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Despedida. No encontrarás la Mar, ella un día se fue

Desapareció como las letras que se borran en una pizarra. Le dejó sin aliento. Solía hablar con los animales, con las plantas, con los viejos… Convivieron alegres y desatados, atrapados en un sinfín de caricias. Revolución que era fiesta y recuerdo de cuando la luz solar se derramaba en los interiores con un movimiento de aguacero. Minutos más tarde danzaban con rabia y desesperación en la noche sin fin, un desgarramiento prologado. Risas ahogadas, murmullos, suspiros, quejidos, rechinar de maderas y metales, roce apagado de sábanas. La abrazaba, la acariciaba, se apretaba contra ella besándola en el cuello, en las mejillas, enredando sus dedos en los cabellos, mesándolos, cubriéndole los labios con los suyos. La hora de fiebre de los amantes. Ella se dejaba y eso le hacía exageradamente feliz. Sus ojos hablaban como en un sueño muy largo, el mejor sueño. Él sigue de ella, es su horizonte urgente. Algo le atraía irremediable: su voz, su cintura, su no sé qué reconfortante por saberla a su lado (aunque estuviera lejos), hacía que se sintiera protegido y protector. Sus manos, su risa, su cansancio, su lamento, su franqueza, su pena, su confianza… Su  boca, lo más importante: los labios, los dientes, la voz movediza – vaivén del optimismo al pesimismo-. Senos afligidos o respingados, cada atractivo se apoyaba en otros hasta hacerlos insustituibles.

Se dejaba caer por su cuerpo dolorido. Hembra en fuga, pegajosa, se le me metió entre el pelo, entre la ropa, bajo la camisa, por las mangas, en el pecho y los pies mojándole con inseparable recuerdo: qué pena liberarse para quedar atados. Se borró, ya no estaba, no la volvió a ver. Como el perro que pierde a la acompañante buscando ansiosamente, aturdido, yendo y viniendo allá donde desapareció, con pequeños ladridos de llanto, va y viene, vuelve la cabeza, esperando lo que no llega. Tristeza, impotencia, rencor, quietud insensible y gris. Ya saben las piedras por qué la busca, lo saben las estrellas. Carbón para el fuego, un emigrante fugaz cuando se despierta y no la siente a su lado.

Todos los días hablaban en un intento de quedar en paz.  Solo ante su condena, en todos los orificios: labios cerrados, paredes inmensas. Responsable de una tragedia reciente, delirante, surrealista, con el miedo al fracaso tras ese empeño por alcanzar la verdad. Sus pasos se asomaban a un vacío,  el salto, como en una guerrilla, como si el pasado fuera una niebla, aquella expresión distinta de algo que faltaba.  A las múltiples ausencias del presente les sigue un hambre inseparable de recuerdos. Año extraño éste, dejó de proyectar la vida y comenzó a soñar. En los ensueños lloraba, y al despertar, un llanto de lágrimas.

Huyó dejándole la espina metida. A ese viaje no se le puede llamar olvido. Dejó el aguijón donde habitó la respiración amorosa y la pensó como el sediento busca el zumo, como el borracho daría la vuelta al mundo por un trago, como un fumador alocado tras una colilla.

Nadie me va a robar esta historia. Un día supe que hay vacíos que jamás volverán a llenarse, que no hay que intentar llenarlos. Vivo en ese vacío lleno de vacío y siempre que puedo lo hago en un presente continuo. Pero sin ti cuesta sentir. Pagaré las consecuencias de este capricho, las ganas de apreciar otra opción cuando no queda más.  

Hace poco, que ya hace de muchas cosas. No dejes que me muera en mi corazón. Me falta tu bulto, yo alrededor de ti, tú alrededor mío. Y aunque me siento cansado,  no estoy decepcionado. Tengo la suerte de los rastros que dejaste. Sé que de estar ahí pensarías en mí. Seguro. Dime que no, que no me voy a morir. No seas mala porque estuve lejos. De ahí viene mi disturbio, los celos formando costras de lástima que una vez tupidas se derramaban por la cara hasta enfriarme la vergüenza. Secretos quereres, hondón de cueva húmeda. Mapas de amor en el destierro. Labios que se abrían como una flor cuando la besabas.

¿Quién no ha llamado a la mujer perdida en sus ayeres? ¿Quién no la ha perseguido para que no se fuera de su ser? Herida el alma abandonada, ella camina por mi  desierto y en sus hombros cabalga la tempestad, en sus manos se hace todo añicos y en sus labios una traidora risa -la burla del despecho-, en la intimidad: mi gran sonrojo.

Las palabras bonitas se cuidan para que no se las lleve el viento, para que no se las coma el tiempo. Aquí la dama y yo el dormido, caldo llovido que conduce nostalgias antes de disolverse en un silencio para siempre. Lo que se quiere no desaparece, son puntitos de amor borrado con las manos del corazón, son huellas de polvo que quedan en la yema de los dedos.

La poesía es mi último recurso porque el lugar más bello puede ser el más frágil, una equivocación de la esperanza. Toda la vida esperando la compañera, esa voz de plata, y ahora surge un hombre viejo hurtando su queja, convirtiéndolo en un gesto: calma tenaz de un exilio en el exilio, pañuelos atados para las despedidas que mueve el viento.

Francesc Reina

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