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Sant Adrià de Besòs
viernes, abril 26, 2024
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Babel. El mercado de la confusión

Sábado, el mercadillo, día ideal donde la Caja de la Esperanza, la de Pandora, se abre  para avivar todos los colores, olores, tactos y olfatos en un abejeo creciente y continuo que oculta el gran secreto.

Entre patrias y zambas se alza el torbellino de faldas, blusas, sartenes. Trueno retumbando en los corredores, galerías sin techo, canalizadas como un rio ancho y turbio. Barahúnda sonora que entorpece cualquier maniobra. Despachos de mercancías, clamores, juramentos. Trasiego de alpargatas y juguetes. Abrazos ruidosos, aspavientos y risas. Alardes para llamar la atención de las señoras y mostrar sus mercancías. Gentes de distintas razas al sol de los tenderetes muestrando sus modos de comer, hablar y vestir. Paradas olientes a pellejos y encurtidos, alfajores y tocino. Como en un muelle alegre salpicado de aguas, argollas batidas por el viento, los transeúntes, pescaderos, borrachos, se aglomeran en torno a unos gritos vigilantes del ir y venir. Tumulto tremebundo de arrastres, empellones, arrolladora masa presurosa colándose por lo imposible en colaranda desorientada, desnortada en rumbos inseguros, arribaciones desconocidas girando su redondez en un disparadero de callejuelas improvisadas. Todo está en saber si saldremos mejores de tamaña aventura. Mujeres y hombres navegando con sus cargas, provinentes de países que también adoraron el fuego.

¿Cómo serán sus despertares? En las casas quedaron con cierta amargura desparecidos conciertos de aullidos, llantos, jadeos. Atrás hubo hambre, sed, calor, dolor y frio. Tras la puerta descascarillada sobre su última queja huele a carne chamuscada. Llantos enterrados por el confinamiento donde habitan familias enteras. Brisas de pan quemado, queso derretido, aceite hirviendo que llena el aire denso, espeso, poblado de chirridos, blasfemias, sudores pringosos, hediondos. Papeles encolados colgando de los testeros como piel de serpiente mudando, visitados por los rumores de la calle en su eterna hora de sombras. Radios y tv conciertan sus gorjeos en los pasillos y escaleras. Un estremecimiento amarillo empapa las paredes al encenderse la luz. Selva de baldosas en una finca cedida, basta y sin pudor. Habitaciones sin puertas, abiertas a un paisaje de ropa apretada y algún mueble pasado de moda. Términos de humedad difuminada, entresuelos sofocantes, bajos matizados, alejados de la luz del crepúsculo. Hollando el umbral, moras, chinas, indias, rumanas, quechuas, rusas, bereberes, wolof, hablas que abarcan ángulos y perspectivas por misteriosos caminos de insectos y moho.

Alguien sentenció una vez: “donde hay tantos dioses no puede reinar la concordia”. Babel fue el lugar donde Yahvé obligó a la humanidad a hablar de maneras diferentes para que no se entiendan, dijo, para que se aleje el respeto y acuda la violencia. La Torre de Babel es la cuna de la comunicación, es el origen de las lenguas, 7000 idiomas en el mundo. Una torre sin puertas ni ventanas para que el mundo entero se reúna en un lugar ambulante y abierto, en el que solo se habla una lengua común: el milagro de la justicia humana, esa tentativa feliz de derrotar, por fin, con el poder sin límites de la palabra, ese vergonzoso disparate bíblico.

Francesc Reina

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