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jueves, marzo 28, 2024
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Anatomía del ruido. Para una urgente caligrafía del silencio

Este estallido incesante nos ha llenado todos los huecos hasta hacerlos desaparecer. Enmudecer no es sólo callarse. Dicen los budistas que somos responsables del ruido porque la armonía no es posible sin una mente apacible.

Quien calla otorga reza el dicho, una perogrullada tan enorme que alguna mala intención debe ocultar. Se trata de una omisión admitida social y culturalmente, un signo inequívoco de que se debe aceptar lo que el otro está diciendo, aunque pocas veces sea cierto.  Escuchar sin abrir la boca a veces es signo de que el de enfrente va a la deriva y se le intenta ayudar a tener más claridad, también nos puede dejar en la más absoluta mudez el escándalo de la mentira, del resentimiento, lo agresivo al pronunciar una recriminación, la fuerza invasora que avasalla a los más frágiles. La mordaza de un mundo desconcertado, la ansiedad, la codicia, la eterna dependencia de las mayorías ocultadas., todo eso no dispensa a quien pretende encumbrar otras intenciones para hacer ver a los demás (o a quien corresponda) sólo lo que les interesa que crean. Nos han dicho que se puede ocultar la certeza ateniéndonos al cínico presupuesto de que los demás no deben, o no saben, o no pueden hacer uso de su intuición (que es, por cierto, nuestra gran sabiduría, como dice el filósofo Vattimo). Hablar o no hablar son dos formas de discreción donde se suele atisbar sin mayor esfuerzo quién reconoce a los demás.  Sólo puede convivir con el recato quien está en paz (en sánscrito: mudez). Caligrafía invisible del sonido, la inmensa mayoría de las sentencias fueron diseñadas para el control de los pensamientos, las actitudes y los hábitos de las gentes, siendo el púlpito de las iglesias su principal foco de difusión y los calabozos, la farmacia de los pobres.

John Cage, músico vanguardista, compuso la pieza 4’33 hace 75 años, trató de lograr un momento de reserva absoluta sin conseguirlo; en su propio encierro percibió dos estridencias, una aguda -su sistema nervioso- y otra grave – su sangre circulando por su cuerpo. Pero no es lo mismo oir el latido del corazón, el sonido de nuestra respiración o el simple susurrar del viento, que el rugir de esos aviones que obliga a los animales del mar del Norte a alejarse para sobrevivir. No es lo mismo el mutismo fértil de la conciencia pastando en el alma, o ese otro que está alerta para decir: es esto…esto., como diría el pensador anarquista Paul Goodman.

Suenan tiempos de hermetismo para poder mediar, para poder entender algunas cosas del mundo, algunas cosas del arte, algunas cosas que pasan entre las personas. Hay momentos en que las palabras son las que más bulla montan provocando el punto y aparte, esas manchas necias arrojadas en medio de un dibujo. El amor propio es una forma apacible de estar en la sociedad que no necesita la verborrea, la exhibición, el sermón o el discurso gritón. Qué tremendo esfuerzo disimular las verdades con mentiras sonoras. Enorme bondad y sacrificio aguantar la discreción legal, el chitón administrativo de la burocracia.  Bajo la misma tormenta no todo el mundo sufre igual: sólo 3 de cada 10 jóvenes tienen empleo, uno de cada 5 vive en la miseria, lo demás son sueldos mínimos, desahucios y ayudas injustas…

Hay quienes se están lucrando mucho en estos tiempos, crean bullicio desde sus escaparates de la nada para apartar la atención de lo más urgente, y aunque la seguridad sigue marcando el objetivo, la felicidad, la libertad o la justicia corren el riesgo de ser cosas sucedáneas. Habrá que fijarse mucho más en las etiquetas antes de opinar. Cuando en el lenguaje musical un silencio aparece en el pentagrama nos está indicando que no debemos tocar esa parte. Este dato representa un enorme aguacero ético, escenario adecuado para comprender la Intelligentsia, escuela de desafecto agrupada por algunos ideólogos, intelectuales, publicistas, especuladores, políticos, aristócratas, aprendices de cortesanos, intermediarios todos; una élite minúscula, un puñado de privilegiados al margen, sustancia gris que corona la delgadísima cúspide de una pirámide donde los demás seguimos en la base sin haber dejado nunca de remar. Hay veces que deberíamos, tal vez, prodigar más el voto de silencio, para decir menos y escoger mejor, para que lo que se diga tenga valor, o como poco, algo que alegar contra lo inútil.

Francesc Reina

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